El rastro del paso de Jorge Luis Borges por Adrogué y un amor que quedó marcado a fuego en su obra
La casa en la que vivió fue convertida en un museo por la comuna de Almirante Brown. En cualquier lugar del mundo en que me encuentre, cuando siento el olor de los eucaliptos, estoy en Adrogué», aseguró alguna vez el escritor.
«En cualquier lugar del mundo en que me encuentre, cuando siento el olor de los eucaliptos, estoy en Adrogué«, aseguró alguna vez Jorge Luis Borges. Menudo elogio de un hombre viajado hacia ese rincón del Conurbano que quedó marcado a fuego en su corazón y, a partir de eso, en su obra.
Pero, a diferencia de otros sitios por los que pasó el escritor, el recuerdo de sus días en Almirante Brown se mantiene bien presente porque la vivienda que habitó con su madre Leonor Acevedo Suárez y su hermana Norah es la única que se mantiene en pie de todas las que vivió en Argentina y fue comprada por el municipio de Almirante Brown en 2011 para ser transformada en el museo Casa Borges.
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Ubicada en diagonal Almirante Brown 301, frente a la plaza Brown de Adrogué, en pleno casco histórico del distrito; es un chalet pequeño con jardín que fue construido en la década de 1940. Allí, los Borges pasaban los veranos. Tiene dos habitaciones y un jardín con murales alegóricos.
Actualmente depende del Instituto de Estudios Históricos y Patrimonio Cultural de Almirante Brown y en su interior hay fotografías y se proyectan videos y fragmentos de textos que remiten al tiempo de la estancia de Borges en Adrogué y a la íntima relación con la geografía arquitectónica de sus calles, casas y árboles.
Dentro, el comedor reciclado marca el inicio de un recorrido con fotografías, videos y fragmentos de textos que refieren a la ciudad; la habitación que ocupaba el escritor es ahora la sala audiovisual y una segunda pieza recupera su obra en una pequeña biblioteca, junto a grabados y pinturas de su hermana Norah que retratan ese idílico Adrogué.
«Sólo una cosa no hay. Es el olvido. Dios que salva el metal salva la escoria y cifra en su profética memoria las lunas que serán y las que han sido». Así comienza el poema «Everness» de Jorge Luis Borges, texto que está inscripto en un mural de la pared del patio de la vivienda hoy convertida en museo.
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Jorge Luis Borges llegó a Adrogué de pequeño, como el mismo contó en una conferencia que llamó «Adrogué en mis libros», evento que tuvo lugar en 1977 y que forma parte del volumen «Jorge Luis Borges en Almirante Brown»: «Aprendí a andar en bicicleta y paseé entre los árboles, los eucaliptus y las verjas», confió.
La primera vez que llegaron a la zona, la familia alquiló una quinta, La Rosalinda, que ya no existe. Salir a caminar con su padre Jorge Guillermo era algo recurrente. Después vendría el tiempo en el hotel La Delicia. Y cuando su papá murió, su mamá compró un terreno en 1944 y levantó una casa a la que irían durante los veranos ella, Jorge Luis y Norah hasta 1953, cuando vendieron la propiedad donde hoy funciona museo Casa Borges.
Fue una vecina de la zona, Fernanda González Latrecchiana, quien realizó el mural que enmarca la casa: un Borges de espaldas acompañado por un tigre, animal por el que sentía especial devoción y metáfora de sus últimos días en el solar que dejó de visitar cuando perdió la vista.
Del otro lado del jardín una estatua del escritor, obra de Lili Esses, anticipa la pintura «Espejo reflejo» de Jorge Aranda que se mezcla con la intervención de Andrea Bravo y Elena González sobre los árboles del fondos, con espejos y tejidos realizados en los talleres de Casa local de la Cultura.
Adrogué en los textos de Jorge Luis Borges
La relación de Borges con el barrio quedó plasmada en sus publicaciones. “Siempre que hablo de jardines, siempre que hablo de árboles, estoy en Adrogué, he pensado en Adrogué, no es necesario que lo nombre”, resumió sobre la ciudad que junto a su natal Buenos Aires, la Ginebra que lo recibió en la Primera Guerra y la estadounidense Austin, adonde dictó literatura argentina, fue para él sinónimo de felicidad.
Los eucaliptos que tanto amó aparecen, por ejemplo, en «La muerte y la brújula». El cuento empieza así: «De los muchos problemas que ejercitaron la temeraria perspicacia de Lönnrot, ninguno tan extraño -tan rigurosamente extraño, diremos- como la periódica serie de hechos de sangre que culminaron en la quinta de Triste-le-Roy, entre el interminable olor de los eucaliptos».
También hay mucho Adrogué en el cuento «El Sur». Transcurre en una pulpería, hoy Almacén de Ramos Generales Santa Rita. Narra Borges en el cuento: «Dahlmann había logrado salvar el casco de una estancia en el Sur, que fue de los Flores: una de las costumbres de su memoria era la imagen de los eucaliptos balsámicos y de la larga casa rosada que alguna vez fue carmesí».
En tanto, en «El Aleph», aquel que habla del lugar de todos los lugares, se lee: «Vi una zona de quintas». De lo que Borges registró en esas caminatas con su padre, más tarde diría en la conferencia de 1977: «Me acompaña -mis fechas son inciertas, pero qué importan las fechas, que son lo más vago que puede haber-, todo eso me acompaña desde mi niñez en Adrogué. Porque Adrogué era eso entonces (no sé si ahora lo es): es un largo laberinto tranquilo, de quintas, un laberinto de vastas noches quietas».
Y hay hay rastros del hotel La Delicia en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, incluido en su libro «Ficciones”.En este último, Borges inventa una original enciclopedia que revela con detalles un país imaginario.
El cuento no sólo fue escrito en alguna de las alcobas del mentado hotel, sino que también menciona en ese escrito a un personaje que “persiste en el hotel de Adrogué, entre las efusivas madreselvas y en el fondo ilusorio de los espejos”. Lo llama Herbert Ashe, pero en realidad se refiere a otro de los tantos personajes del Sur que eligió para citar en sus líneas: Mr. William Foy, un huésped que era ingeniero de los ferrocarriles del Sur.