Pelearle a la vida: ex promesa del boxeo, perdió una mano y ahora da clases en las calles de Ezeiza
A principios de los 80’, Oscar Roberto “Rocky” Flores pintaba para campeón mundial y era apadrinado por Tito Lectoure, hasta que cayó bajo un tren y sufrió una amputación. Hoy enseña el deporte en el sur del Conurbano por 200 pesos.
Sus peleas más duras siempre las dio debajo del ring. Oscar Roberto Flores tuvo una infancia muy difícil, que lo llevó a batallar incansablemente para salir adelante. A los 20 años, cuando para todos ya era simplemente “Rocky” y pintaba para campeón mundial de boxeo, la vida lo puso frente a la mayor prueba: por un accidente ferroviario perdió la mano y parte del antebrazo derechos. Se le rompieron los sueños, maldijo y por momentos hasta estuvo sin rumbo. Pero aun con todas las dificultades está lejos de rendirse: hoy, a los 59 años, vive en un galpón en Spegazzini que le presta un amigo y da clases en las plazas y en las calles del sur del Gran Buenos Aires, cobrando apenas 200 pesos.
“A veces también acepto algún alimento no perecedero, o lo que me puedan dar. Todo me sirve. Y además sé que hay gente que, como yo, no tiene nada. Por eso lo único que me importa es que vengan con ganas de aprender”, le contó a Zonales. Durante la charla habló permanentemente de sueños y proyectos, porque si algo que está claro es que él está muy lejos de quedarse en el lamento de lo que pudo ser: “Yo agradezco que estoy vivo”.
Rocky nació el 3 de diciembre de 1962 en Tunuyán, Mendoza, y quedó huérfano de madre a los 3 años. Después de eso, pasó casi tres años en un hogar del Patronato de la Infancia de esa provincia hasta que su padre, un trabajador rural con quien tuvo una relación bastante distante, lo sacó de allí y lo llevó a vivir al barrio Flores, ubicado en la capital de aquella provincia.
El boxeo fue la salida que encontró
Gran parte de su infancia la vivió en la calle. Fue lustrabotas cuando apenas tenía 7 años, pero el trabajo le duró solo tres días, ya que le robaron el cajón con los materiales que le había fabricado su padre. A los 8 trabajó de canillita, y una tarde un intento de robo de los diarios que vendía terminó en una pelea a los golpes con otros dos chicos. Ahí fue que Miguel Ángel Tello, el propietario de un local de quiniela que solía comprarle el periódico, vio la escena, le puso el apodo y le propuso ser boxeador.
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El propio Tello le compró la ropa necesaria para que pudiera empezar a trabajar con Alfredo Olivares, su primer entrenador, y luego siguió dándole algo de dinero todas las semanas para sumar a lo que ganaba con la venta de diarios. El pugilismo lo atrapó enseguida. “Amaba el gimnasio porque era mi única salvación”, dijo. Sabía que “si no estaba ahí, iba a terminar haciendo cosas malas en la calle”.
Su pelea inaugural como aficionado fue a los 12 años, y pronto se convirtió en un atractivo y una gran promesa. Cuando todavía era un adolescente, se cruzó por primera vez con el hombre que marcaría su vida: Juan Carlos Tito Lectoure. El propietario del Luna Park había ido a un gimnasio de Mendoza al que le había donado materiales y donde se realizaba un festival, en el que Rocky era el encargado de cerrar la velada. Luego de su pelea, cenaron juntos. “Esa noche, me dijo algo que nunca olvidé: ‘Espero que nunca dejes de hacer lo que te gusta. Si seguís así, vas a tener un futuro brillante’”, recordó.
Durante su carrera como amateur ganó campeonatos nacionales y viajó a Brasil, Colombia, Venezuela y Estados Unidos, algo impensado en esa época. Por su necesidad de dinero, y especialmente porque su primera esposa (con la que se casó cuando tenía apenas 17 años) ya estaba embarazada, decidió viajar a Buenos Aires para probar suerte.
Así se radicó en José C. Paz, apoyado por el promotor local Germán Lucco. Todos los días se entrenaba en un club de la zona, hasta que casi un año después piso por primera vez el gimnasio del Luna Park: acompañado por Lucco, fue con el objetivo de guantear con Sergio Víctor Palma -“mi ídolo”-, por entonces campeón mundial supergallo de la AMB.
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Aunque finalmente no lo pudo concretar, el destino quiso que mientras golpeaba la bolsa se reencontrara con Lectoure, quien lo llamó en cuanto lo reconoció. “Yo ni siquiera sabía que él era el dueño del Luna Park”, explicó. El empresario le propuso conversar en su oficina y ahí, señaló, “le conté que me había venido porque estaba cansado de morirme de hambre en Mendoza y tenía que mantener a mi hija (Pamela, quien nació a principios de 1982). Le dije que amaba el boxeo y que no quería dejarlo. Le mostré las manos y le aseguré: ‘Acá tengo todo el poder para ser campeón del mundo’”.
Lectoure lo escuchó con atención, le regaló dos bolsones de ropa de primera marca y empezó a apadrinarlo: “Yo se lo pedí, en ese momento no era muy habitual tener un padrino. Pero él sonrió y aceptó. Más allá de que ayudaba a todo el mundo, fue la primera vez que tuvo un ahijado”.
El 18 de diciembre de 1982 llegó finalmente su estreno como profesional, cuando derrotó por puntos al platense Ismael Villalba en el Luna, en la velada que tuvo como atractivo principal la victoria de Santos Benigno Laciar, entonces campeón mosca de la AMB, sobre el entrerriano Rodolfo Rodríguez.
Desde entonces su carrera fue vertiginosa: dos nocauts durante la temporada veraniega en Mar del Plata; otras dos definiciones rápidas en Luna Park en abril y mayo; el estreno como fondista en el coliseo de Corrientes y Bouchard con una victoria antes del límite frente a Marcelo Miranda; otro nocaut unos días después contra Roberto Sánchez. Todo, en menos de seis meses.
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El 20 de agosto, Rocky derrotó ampliamente por puntos al salteño Armando Romero en el Luna. Fue su novena victoria en igual cantidad de combates profesionales. Por entonces, ya era concreta la chance de una pelea por el título argentino gallo debido a que el campeón, el cordobés Ramón Balbino Soria, tenía previsto dejar vacante la corona para subir a la división supergallo. Tras superar a Romero, Flores quedó cuarto en el ranking nacional. Todo sucedía muy rápido. Sin embargo, ya no volvería a pelear nunca más.
El trágico accidente en el que perdió una mano
La madrugada del 24 de septiembre de 1983 fue el maldito momento en el que todo cambió: “Me invitaron a un festival de boxeo en un gimnasio y después fuimos a cenar. Cuando terminamos, era la una de la mañana. Me pidieron que fuera a un baile en El Quincho de José C. Paz. Yo no quería ir, porque al día siguiente tenía que entrenarme. Pero me insistieron mucho y me convencieron”.
Rocky estuvo solo un rato en el boliche: fue presentado como el padrino del lugar y coronó a la Reina de la Primavera. Luego partió para tomar el Ferrocarril San Martín que lo llevaría de regreso a su casa. “A eso de las 2.30 nos fuimos. Me acompañaron a la estación. Estaba cansado. Y qué sé yo…. Después ya no recuerdo nada”. Le cuesta hablar de ese momento. Lo cierto es que cuando cruzaba apurado por el paso peatonal hacia el andén en el que estaba parado al tren que tenía que tomar, fue embestido por una formación que venía en la otra dirección.
De inmediato fue trasladado al Hospital Ramos Mejía, donde en la guardia ya lo esperaban Lectoure y el doctor Roberto Paladino, quien asistía a la mayoría de los campeones mundiales argentinos. Allí fue sometido a una cirugía en la que le amputaron la mano y parte del antebrazo derechos.
“Cuando abrí los ojos, lo primero que vi fue a Lectoure. Estaba arrodillado al lado de la cama, llorando. Le dije: ‘Padrino, se quedó sin el campeón’. Y le pregunté: ‘¿Qué voy a hacer ahora?’. Él me contestó: ‘Mientras yo viva, nunca te va a faltar nada, vas a estar conmigo siempre’. Me dio una seguridad tremenda”. Y fue el propio Lectoure quien lo ayudó a que pudiera conseguir su prótesis bioeléctrica.
Estuvo internado durante casi un mes y en ese período fue visitado por personajes públicos como Juan Alberto Mateyko, Roberto Fontana o Héctor Veira, además de decenas de colegas como Carlos Monzón, Horacio Accavallo, Sergio Víctor Palma, Juan Domingo Malvárez, Horacio Saldaño y Ramón La Cruz.
Desde aquella madrugada fatal pasaron casi cuatro décadas. Ahora Rocky tiene otros dos hijos (Juan Oscar, de 37, y Yanina, de 21) y todavía recuerda con amor a su padrino Lectoure, quien falleció en marzo de 2002. “Fue un gran tipo, a quien quise muchísimo y me dio el cariño de un padre”, aseguró.
Vivir de las clases en las calles de Ezeiza
Luego de algunos años en los que se radicó en su Mendoza natal, desde 2018 volvió a Buenos Aires, donde armó su “Escuela Rocky Flores-Boxeo”, tal como figura en su Facebook. Pero como no tiene un espacio fijo, da clases “donde sea que pinte. Yo voy a cualquier lugar, no tengo problemas”. En un momento enseñó en los parques Patricios, Centenario y Chacabuco, aunque por estos días la mayoría de sus alumnos están en la zona de Ezeiza, más cerca de donde vive.
Entre sus ilusiones está “el poder bailar en el programa de (Marcelo) Tinelli”, porque, como explicó, “sé que podría abrirme un montón de puertas”. Pero lo que más desea, sin dudas, es poder dar clases en la Federación Argentina de Box, en el gimnasio del Luna Park o algún club que le dé la oportunidad.
Los días en los que no tiene plata para comprar comida concurre a los comedores comunitarios de Cáritas que están en la zona del Once, o al Santa Rita que maneja Ana Tolosa, en el Bajo Flores. Después, vuelve a dormir al galpón que le presta Roy Alegre, el hijo de un boxeador de los 80’. Esa es la manera que encontró para no tener que vivir en la calle. Y sigue peleando. Pero ahora contra los golpes de la vida.