Un orgullo para Garín: con apenas 18 años, y en su primera competición, ganó el Mundial de Escritura

Escobar. Historias de mi barrio
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20 de julio de 2021

Lara Ubierna participó del certamen en el que concursaron 13.000 personas de 47 países y se coronó en la categoría Adolescentes. Para hacerlo, tuvo que escribir al menos un texto por día durante las dos semanas que duró el concurso.

Fue la primera vez que se animaba a participar de un certamen literario. Y su debut competitivo no pudo ser mejor: Lara Ubierna, una joven de 18 años de la localidad de Garín, en el municipio de Escobar, obtuvo el primer puesto en la categoría Adolescentes de la cuarta edición del Mundial de Escritura, donde concursaron 13.000 personas de 47 países.

La competencia virtual, organizada por el editor y tallerista argentino Santiago Llach, se realizó entre el 31 de mayo y el 11 de junio, pero los resultados se conocieron recién la semana pasada. Durante todos los días que duró el Mundial, los participantes estaban obligados a subir al menos una producción por día, con una extensión mínima de 3.000 caracteres.

Lara finalmente escribió 14 texto y fue premiada por un trabajo que tituló “El trinar de los horneros”. En diálogo con Zonales, la estudiante de primer año de la licenciatura en Artes de la Escritura, en la Universidad Nacional de las Artes (UNA), aseguró que “esa historia era mi favorita”. Y dijo que “estaba basada en una consigna que implicaba relatar un acontecimiento de mucha carga emocional sin explicitar las emociones. Transmitir sin nombrar”.

Además, la chica del norte del Gran Buenos Aires contó lo ardua que fue la experiencia: “Al comienzo uno estaba con la inspiración a flor de piel, pero después surgió el agotamiento y la mente se me ponía en blanco”.

La pesadilla de cualquier escritor es quedarse sin inspiración pero, más allá de la incertidumbre que vivió a diario, a la joven finalmente siempre le llegaron las musas. Aunque, eso sí, luego de un particular proceso: “Siempre me pasaba lo mismo. Buscaba una idea, pero no se me ocurría nada. Cansada, a las 17 me acostaba a dormir una siesta. Y cuando me despertaba ya tenía todo en la cabeza”.

Ávida lectora desde muy chica, a los 8 años ya sabía que quería dedicarse a escribir.
Ávida lectora desde muy chica, su primer libro fue uno de Harry Potter que le regaló su padre.

La participación en el Mundial fue por equipos de un máximo de diez integrantes, pero cada miembro tenía que escribir de manera individual a partir de diferentes y complejas consignas que recibían a diario. Luego, entre todos elegían un texto para participar, el cual era evaluado por reconocidos escritores nacionales e internacionales.

Tanto ella como el resto de los integrantes del grupo -entre los cuales también había algunos escritores profesionales- fueron convocados por María Laura Pérez Gras, quien fue su profesora de taller literario, además de orientarla en su camino en las letras.

A los 8 años ya quería dedicarse a escribir

Lara proviene de una familia de ávidos lectores y, por ese motivo, fue estimulada desde muy chica: su acercamiento inicial a la lectura fue cuando su padre le compró el primer libro de Harry Potter. “No podía dejarlo”, recordó. Y aseguró que “a los 8 años ya estaba segura de que quería dedicarme a escribir”.

Cuando fue creciendo, eso lo fue confirmado con creces. El año pasado egresó del colegio Bede’s Grammar School de Tortuguitas, donde atravesó toda su vida escolar. Y de allí destaca que “las docentes de literatura que tuve me acompañaron y estimularon mucho. Siempre apreciaron mi pasión”.

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En “El trinar de los horneros” lo que hizo Lara fue abordar el conflicto de una mujer que sufrió un aborto espontáneo. Para eso, explicó, se inspiró en la imagen de un tero hembra que tiempo atrás estaba empollando en un terreno al lado de su casa, en el barrio Los Tacos. “El día que los pichones nacían, llegó un camión con materiales para la obra que iban a hacer ahí y tuvieron que correrle el nido. El ave se desorientó y los pajaritos chillaban muchísimo. Finalmente fallecieron. Por eso entrelacé eso con la mujer que pierde a su hijo”, detalló.

Así, basándose en hechos cotidianos, es una de las formas en que la joven de Escobar encuentra su inspiración. “También utilizo experiencias propias, y me detengo en la observación de objetos y en las letras de las canciones. Pero después, cuando escribo, siempre surgen cosas que no tienen que ver necesariamente conmigo”, dijo. Y agregó: “Me gusta alejarme de mi persona, probar con otras perspectivas, en este caso del mundo adulto”.

El elogio para la campeona del Mundial de Escritura

Amante del cine, Lara también tiene otras pasiones, como cocinar y pintar. Aunque, claro está, la literatura está en primer lugar. Por ahora escribe cuentos y poesías, aunque aseguró que “me encantaría llegar a escribir una novela”.

Por ganar el primer puesto en su categoría en el Mundial de Escritura, la vecina de Garín obtuvo cuatro cursos a elección en la Escuela de Escritura de Santiago Llach. Pero una de las gratificaciones más importantes para ella fue recibir el elogioso comentario de Pérez Gras.

“Fue hermoso lo que dijo”, expresó Lara sobre el testimonio de su profesora de taller literario, quien opinó que “los textos que construye son de una belleza sutil y profunda. Y, como dijo el jurado, en pocas palabras te ubican en el mundo interior de los personajes y en un estado de ánimo muy preciso”.

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Además, la joven se siente muy satisfecha por el compromiso que significó crear “14 producciones en tan poco tiempo. Cualquier escritor puede tardar meses en hacerlo”. Y aunque dijo que “algunos textos considero que no son los mejores y no me dejaron del todo conforme, sé que me pueden servir como punto de partida para el día de mañana”.

Por el momento crea cuentos y poesías, pero sueña "con llegar a escribir una novela".
Por el momento crea cuentos y poesías, pero sueña «con llegar a escribir una novela».

Por lo pronto, ya piensa en la próxima edición del Mundial, que será muy pronto: “La quinta edición será ya el mes que viene. Se ve que tuvo muy buena repercusión, y por eso se repite tan rápido”. Allí, irá en búsqueda de defender su título. La pluma ya está lista.

El cuento ganador de la joven de Garín

“El trinar de los horneros”

Cocinás los cubitos de manzana con azúcar, manteca y una pizca de canela. Hay que revolver de a ratos, pero no te movés de la cacerola y dejás que el vapor dulce te humedezca la cara. Más allá del burbujeo de las manzanas, el trinar de los horneros y la canilla que cada tanto abrís para enjuagarte los dedos, la casa está callada; no se escucha la silla de mimbre rechinar, la tele murmurando bajito, el crujir de las hojas de diario, que van pasando desinteresadas apenas deteniéndose en la sección de deportes. Hoy estás sola. Y tampoco se escuchan los silencios: esos suspiros incesables, las conversaciones inconclusas, el alivio de poder abandonar las sonrisas forzadas cuando por fin llega la noche y lo único por hacer es echarse en la cama, cerrar los ojos y cerrar la boca, que ya es tiempo de dormir.

A la mañana, Lucas te ofreció acompañarlo a la oficina para que no te quedaras sola de nuevo; es el segundo día que sale a trabajar desde el último mes, y parece ser que ayer, la primera vez que te deja sola, te notó rara. Se dio cuenta de que no hiciste la cama en todo el día y de que no abriste las persianas, que solo tomaste café y que no retomaste el libro que habías empezado a leer al final del último trimestre -el señalador seguía puesto en la misma página. Pero aunque te insistió mientras cenaban y te volvió a insistir cuando apagaron la luz del velador, y te despertó para insistirte nuevamente a las seis y media de la mañana, vestido de traje y con olor al perfume Polo que hacía tiempo no le notabas, no quisiste ir. Estoy bien, le dijiste acomodando la almohada. ¿Me prometés que hoy vas a hacer algo? Cocinar, escribir, regar las plantas, algo, linda. Sí, le dijiste.

Los cubitos de manzana ya están casi transparentes y apagás el fuego. A Lucas le encanta la torta de manzana; es la misma receta que horneaba tu abuela cuando eras chiquita. La hoja donde está esa torta es la más curtida, salpicada en almíbar y pegoteada con huellitas de manteca. Después de tantas veces de preparársela a Lucas, ya te sabés de memoria.

Es el único gesto de amor que por el momento podés ofrecerle: una torta de manzana tibia, concebida por tus propias manos. Todavía no podés devolverle las caricias sugestivas que te confiere después de dar varias vueltas en la cama, o los besos que te planta en el cuello cuando te abraza por detrás, mientras te lavás los dientes frente al espejo y lo ves, deseándote con esos ojos grandes, hasta que enderezás los hombros y él entiende, él te deja tranquila en el baño. Esto es lo único que podés ofrecerle. Es lo único que podés engendrar.

Estirás la masa en el molde rizado y volcás el relleno de cubitos almibarados, brillando con la luz del sol que se cuela por la ventana sin maceta. Tuviste que tirar las margaritas amarillas que antes decoraban los alféizares porque se te secaron todas. Lucas no sabe nada de plantas y vos, bueno, vos tenías la cabeza en otra parte. Ahora, el nido de horneros es lo único que adorna el frente de la casa. Cubrís las manzanas con el crumble y llevás la torta al horno.

Hay que dejarla dorar unos diez minutos, pero no te movés del cristal que guarece tu obra en proceso; la observás fijamente crecer bajo las luces áureas del horno, próspera, en camino. Lucas llega dentro de una hora, más o menos. Casi que sentís algo lindo: querés sorprenderlo. Por un segundo, desatendés la torta en el horno y mirás hacia el exterior de la ventana, como si el mero hecho de contemplar la cochera fuese capaz de regresarlo a casa antes de tiempo.

Y algo cae justo frente a tu mirada, una sombrita, como un fruto desprendido. Pestañeás varias veces, pero sabés que viste algo caer. Salís al jardín, frotándote las manos por un frío repentino.

Aún parada frente a la puerta, lo reconocés tumbado en el suelo. No te animás a acercarte. Levantás la vista y te fijás en el nido de barro montado sobre el alféizar de tu habitación, pero solo ves una cuevita.

Oscura, solitaria. Nadie se asoma, nadie gorjea. Te acercás dando pasos cortos, pasos lentos, pero no está tan lejos, y pronto, demasiado pronto, llegás. Frente a tus pies reposa un pichón de hornero, muerto, rosado, sin plumas. Los párpados grises son como dos bolitas hinchadas. Tiene el pico abierto, las alas dobladas, la piel de gallina. Lo mirás con las manos abiertas, petrificadas, como si se te hubiera caído un plato. Se te tuercen las piernas y caés al suelo de rodillas, llorando frente al feto sin vida.

Adentro, la torta se te quema.

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