Jugó en Independiente, vivió bajo un puente en Quilmes y ahora busca inspirar a otros: la ejemplar lucha de Jonathan Castillo

Quilmes. Historias de mi barrio
·
25 de enero de 2025

Desde muy chico mostró talento para el fútbol, hasta que las drogas le destruyeron su vida. Luego de internarse, comenzó a formarse como operador socioterapéutico y quiere ayudar a otros. “Sin tratamiento, terminamos en hospital, cárcel o muerte”, asegura.

 

Tuvo una infancia complicada y una vida llena de situaciones extremas. Pero cuando estaba en su peor momento hizo un click y logró salir adelante. Jonathan Ariel Castillo (38) llegó a jugar en Independiente y soñar con un futuro exitoso, aunque también vivió bajo un puente en Quilmes, al caer en el infierno de las drogas. Ahora, se forma como operador socioterapéutico y quiere dejar un mensaje inspirador.

El mayor de siete hermanos de una familia humilde nació en La Boca, pero cuando tenía apenas 6 años se mudó a la localidad del sur del Conurbano. Primero vivió en la villa conocida como El Arroyo de las Piedras, y luego en el barrio La Matera. 

Desde muy joven, mostró talento para el fútbol y llegó a jugar en las inferiores del Rojo de Avellaneda. Pero sus sueños rápidamente se empezaron a derrumbar.

De Independiente, a drogarse en un frigorífico

El primer golpe fue cuando su novia, 10 años mayor que él, lo dejó. Sin embargo, poco tiempo después volvió a su vida para presentarle a su hija mayor. Todo eso le ocasionó una crisis, justo cuando estaba en su mejor momento futbolístico. Y encontró el refugio en el consumo de marihuana y el alcohol.

Independiente, Quilmes, Jonathan Castillo
El día de su internación, junto a su madre y autoridades de la Fundación Creer es Crear.

“Yo me enamoré de ella a mis 13 años. Con el tiempo ella quedó embarazada de Jazmín, mi primera hija, que hoy tiene 23 años y se está por recibir de policía en la Ciudad. Yo no la vi por dos años, hasta que volvió y me dijo que la nena era mi hija. Ella ya tenía otra pareja y yo quedé en una nebulosa, porque tenía 15 años y estaba en mi mejor momento deportivo”, contó en una entrevista con Infobae.

A los 25 años, ya alejado totalmente de las canchas y trabajando en un frigorífico, conoció lo que era la cocaína. Se la ofrecían sus jefes para soportar las largas jornadas laborales y poder estar en actividad más de 10 horas. El punto de inflexión en su vida llegó luego de una persecución policial a la salida de un búnker de drogas. Hacía 10 días que no comía y le confesó a una amiga que lo refugió: “Me voy a internar porque siento que me voy a morir”.

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Entonces, pidió ayuda en el Sedronar, obtuvo una beca y se internó en la Fundación Creer es Crear. Allí comenzó un tratamiento en el que lleva 14 meses y le permitió comenzar a reconstruir su vida. Hoy, se define como “un adicto en recuperación”.

Cuando cuenta su historia, lo primero que remarca es que “es imposible salir solo. Tiene que haber un proyecto, un conjunto, un equipo terapéutico que te guíe y te cuiden, como me pasó a mí. Creo que la base de todo también es que te enseñan a creer en vos”. 

Jonathan Castillo y sus días en las calles de Quilmes 

También confiesa que “he consumido todo tipo de pastillas, éxtasis y pasta base. Después llega un momento en el que la cocaína y la pasta base ya no te hacen nada, y empezás a cocinar crack”. 

Independiente, Quilmes, Jonathan Castillo
Después de los días oscuros ahora disfruta de sus hijos y sobrinos.

Y eso no fue todo: “He llegado a robar con arma de fuego. La droga me llevó a instancias de estar en búnkers, vendiendo droga, manejar la seguridad de los narcos paraguayos y peruanos. He pasado por un lugar que se llamaba La Matera, que le decíamos Walking Dead, el mundo de los muertos. Vi cosas muy feas que no se las deseo a nadie”.

Aunque, sin dudas, lo peor fue cuando llegó a vivir bajo un puente en una zona peligrosa de Quilmes: “Me fui de mi casa para estar cerca de los narcos. Llegué a vender droga y a manejar un búnker. Además, consumía 24 por 7. Estaba en la perdición total. Habré llegado a pesar 40 kilos, 15 o 20 menos que hoy. Tenía todas las manos ampolladas, la boca y la cara quemadas”.

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Además, dijo, “llegué a un punto en que ya ni volvía a mi casa, mi familia no supo nada de mí por mucho tiempo. Para conocer mi paradero me buscaban en las comisarías y en la morgue”

Ahora, ya lejos de esos días oscuros, tiene sólo un sueño: “Seguir transmitiendo desde este lado. Me estoy por recibir de operador socioterapéutico, que se especializa en salud mental y adicciones. Va a sonar burdo, pero gracias a mi enfermedad encontré mi vocación, que es poder ayudar a los demás”.

Y a quienes lo escuchan le deja un mensaje: “La droga te saca todo. La vida, tus afectos, tus sueños… y es necesario realizar un tratamiento porque nosotros lastimosamente terminamos en hospital, cárcel o muerte”.

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