El guardavidas de Quilmes que instaló en Ushuaia un nuevo deporte: nadar «en cuero» en aguas heladas
Walter Ruano (56) lleva 20 años nadando en aguas con temperaturas de entre 2 y 3 grados y sin protección térmica. Es el pionero de una práctica que suma adeptos y reveló cómo soporta el frío. Su sueño es nadar en la Antártida.
Cuando Walter Ruano decidió dejar de vivir en Quilmes y mudarse a Ushuaia, en la provincia de Tierra del Fuego, lo hizo con el anhelo de encontrar una nueva vida. Sin embargo, no imaginaba que lo esperaba algo tan radical como lo que terminó viviendo.
El quilmeño había trabajado como guardavidas en San Bernardo y otras localidades de la costa bonaerense. Cuando vio la inmensidad que lo rodeaba en su nuevo destino no pudo resistir el deseo de sumergirse en las aguas de aquella zona y sentir el frío en todo su cuerpo.
Junto otros cuatro guardavidas y un profesor de educación física, decidió cruzar el Canal de Beagle nadando en 2004. Como era lógico, se puso su traje de neoprene para hacerlo, pero luego continuó repitiendo esa práctica y empezó a usar cada vez menos protección térmica hasta que terminó «en cueros» en aguas con temperaturas de entre 2 y 3 grados.
«Primero me saqué los guantes, luego la capucha y me puse traje de neoprene más fino, otro más corto y años después volví a cruzar el Canal de Beagle sin traje directamente. Fui el primero en hacerlo en los 2200 metros desde la Isla H hasta el Islote Bartlett», manifestó. Dijo que ese día hacía 10 grados bajo cero pero el agua, al ser salada, estaba menos fría. «El agua dulce se congela», explicó.
El guardavidas de Quilmes instaló un nuevo deporte extremo
La locura del oriundo del sur del Conurbano, que fue elegido para llevar la antorcha olímpica nadando por la zona para los Juegos Olímpicos de la Juventud de 2018, comenzó a contagiar a otros nadadores que lo imitaron. Hoy, son más de 2300 nadadores de edades de entre 13 y 67 años que también se animan a enfrentarse al frío extremo en Ushuaia. Walter contó que en el deporte que logró instalar importa más el tiempo sumergido que la distancia recorrida. Apuntan al objetivo de superar una hora inmersos en esas aguas heladas. «Yo estuve una hora y cuarto, una hora y media a temperaturas de 2 y 3 grados», reveló.
Y agregó que «nos entretenemos mucho con la fauna y la flora que hay en la costa: vemos estrellas de mar o nadamos muchas veces con los lobitos, que son muy inquietos. Alguna que otra vez tenemos ballenas en el mismo momento en el Canal, no muy cerca, pero están. También se acercan los pingüinos y en la profundidad, como el agua es tan trasparente, vemos las estrellas de mar, las algas y otro tipo de animalitos, como cangrejos o caracoles. O sea que no vamos nadando y nos distraemos con estas cosas. Por eso, tampoco sentimos tanto el frío. Cuando es más profunda la inmersión vemos una variedad de flora increíble».
Su secreto para soportar el frío
Walter sabía que los nadadores rusos se untaban el cuerpo con lanolina y comenzó, al principio, a utilizar esa técnica preventiva. Luego se untó grasa animal, hasta que decidió no hacerlo más. «Lo mejor es no ponerse nada. El cuerpo responde al entrenamiento y a la constancia; eso hace que el organismo adquiera solo las defensas que necesita hasta que se va acostumbrando y cada vez se aguanta más tiempo», manifestó.
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Reveló que al sumergirse, siente «un frío intenso y se contraen los músculos. Si bien no afecta mi parte respiratoria, cada vez llega menos flujo sanguíneo a los dedos de los pies y las manos. La gente suele sentir eso a los 15 o 20 minutos, pero es gradual. Luego de eso, se pierde la sensibilidad. Lo único que no hay que hacer es dejar de bracear y patear porque se puede perder la conciencia sobre el cuerpo».
El guardavidas de Quilmes recomienda tener mucha concentración y no perder el control de la respiración. Y aseguró que cuando comenzó a nadar en aguas heladas en Ushuaia, su entorno le advirtió que sufriría consecuencias en su salud con el correr de los años, como artritis o artrosis u otros problemas en las articulaciones. Sin embargo, «los médicos se asombran de cómo se va acostumbrando el cuerpo al frío. Pasaron los años y me siento re bien, no tengo ni un resfrío, ni una gripe».