Del GBA a la Antártida: así funciona el observatorio astronómico creado por la Universidad de Hurlingham
Lo instalaron en la base Belgrano II. El dispositivo, en cuya construcción intervino la Universidad Nacional de Hurlingham, deberá soportar condiciones naturales adversas y se podrá usar desde Buenos Aires.
Cuatro mil novecientos cincuenta kilómetros separan a Hurlingham de la Antártida. Pero dentro de poco tiempo será como si fueran dos localidades vecinas. Es que la Universidad de Hurlingham está a punto de dar un paso muy importante para la ciencia y la astronomía argentinas: está colocando un observatorio astronómico en el continente blanco, con el que se podrá observar el comportamiento de los exoplanetas. Del oeste del Gran Buenos Aires al sur más profundo del globo.
El «Observatorio Robótico Antártico Argentino» funcionará en Belgrano II, la base fija más austral que tiene el país en la Antártida (Marambio, la más conocida). Es un proyecto conjunto entre la Universidad Nacional de Hurlingham, el Conicet y el Instituto Antártico nacional. Tiene como objetivo el estudio del espacio, aunque también busca ser pionero de una serie de emprendimientos similares.
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«Una de las principales motivaciones de este proyecto es la de explorar un nicho de investigación donde la Argentina, por ubicación geográfica e historia de la exploración antártica, posee una ventaja relativa inobjetable», indicó Mario Melita, director del proyecto y docente en Hurlingham.
Ya colocaron la base sobre la que se montará el telescopio y el Ejército montó la cúpula desarrollada en Hurlingham que resguardará al equipamiento.
Hay antecedentes mundiales de la iniciativa. Incluso confían que el emplazamiento elegido resguardará al observatorio de las condiciones más adversas del continente, además de permitir la exposición diferenciada a seis meses de plena luz y a seis meses de plena noche. Pero, en suma, el viento y las bajas temperaturas serán un desafío. Por eso, van paso a paso.
El aporte clave de la Universidad de Hurlingham
La idea de instalar un telescopio de estas características surgió en 2018. Y si bien los trabajos están muy avanzados, los científicos son precavidos: recién dentro de un año estará operativo en su totalidad.
El equipamiento es del tipo Ritchtey-Chretien, apuntaron desde el Conicet. Facilita un amplio campo de visión y elimina errores ópticos. Se utilizará para detectar exoplanetas, los cuerpos que orbitan una estrella diferente al Sol. También estudiará otros cuerpos celestes.
La Universidad de Hurlingham hizo un aporte clave: desarrolló la cúpula giratoria de fibra de polietileno. Desde el centro educativo del oeste del conurbano se encargaron de la motorización y automatización de ese elemento. Con ese desarrollo, el telescopio se podrá manejar a distancia desde Buenos Aires.
Otro punto crítico de la construcción fue la base elevada de hierro galvanizado sobre la que se asienta el telescopio. Está atravesada por un pilar que la conecta al telescopio. Su instalación fue muy cuidadosa, ya que un error de cálculo podría distorsionar las mediciones y observaciones.
«Si el edificio vibra por acción del viento o por cualquier otra razón, el pilar sobre el que se asienta el telescopio tiene que estar desacoplado mecánicamente para que la vibración que se produce en el edificio no se transmita al telescopio. Las vibraciones son muy perjudiciales, porque arruinan las imágenes tomadas», explicó Melita.
El montaje del observatorio se realizó con ritmo antártico: los trabajos se concentraron en las campañas de verano, cuando aflojan las duras condiciones del continente. Hubo algunas demoras por la pandemia. Pero los plazos están claros y la meta es el funcionamiento pleno en la próxima campaña estival.
En las próximas semanas deberá completarse la edificación del observatorio. En invierno se harán ensayos para ajustar el funcionamiento de la cúpula, que lleva la firma de Hurlingham. Y en el verano de 2022/2023 se colocará el telescopio.