La final en la que Ricardo Bochini puso de rodillas a Ubaldo Fillol y terminó con un reinado que parecía eterno
Fue en medio de un duelo de estrellas entre Independiente y River para definir el Nacional de 1978. El Rojo venía de una de las hazañas más grandes de su historia. Y el Millonario tenía al arquero campeón del mundo.

Ricardo Bochini en el aire, para dejar atrás a Tarantini. Una postal pura del Bocha.
Hay varios y sólidos argumentos para considerar que la de 1970 fue una década dorada para nuestro fútbol. Grandes cracks de los 60 convivieron con las figuras que iluminaron las dos primeras estrellas mundialistas de Argentina. Un domingo cualquiera, cuando se desarrollaba en forma íntegra una fecha de campeonato, en distintas canchas podían estar Ricardo Bochini, Hugo Gatti, Roberto Perfumo, Claudio Marangoni, Gerónimo Saccardi, Mario Zanabria y Edgardo Di Meola, por hacer una breve lista al azar.
Los clubes grandes dominaban la escena y tenían protagonismo en las instancias decisivas de casi todos los torneos. En el Nacional de 1978, que por esos calendarios ya comprimidos entonces se estiró hasta enero de 1979, llegaron River e Independiente: una serie de ida y vuelta, el primero choque en Núñez y el segundo de Avellaneda, con gol de visitante computado doble en caso de paridad al cabo de los 180 minutos.
El River mundialista vs. el Rojo de Ricardo Bochini
Cuatro zonas de ocho equipos cada una, a dos ruedas: ese fue el formato del Campeonato Nacional de 1978, iniciado el 4 de noviembre. La final entre River e Independiente ofrecía condimentos de sobra.
River Plate había desfilado en la Zona D, con 10 triunfos, tres empates, solo una derrota (de visitante con San Martín de Mendoza) y la mejor diferencia de goles: 35 a favor, 13 en contra. Demolía adelante y aguantaba atrás con un Ubaldo Matildo Fillol que por momentos parecía imbatible. En los cuartos se sacó de encima a Vélez Sarsfield y en la semi a Unión de Santa Fe, una de las revelaciones del torneo.

Independiente también se clasificó primero en su grupo, el C, con un registro más modesto: 9-3-2. Convirtió 31 veces y le marcaron en 16 oportunidades. Dejó atrás a un bravo Colón en cuartos (4-2 el global) y en semi reeditó la final del Nacional 77 contra Talleres. En esta oportunidad ganó los dos encuentros ante los cordobeses, ambos por 2-1.
Superioridad millonaria en la ida
Fue superior River en el primer juego de la final. Monopolizó el balón de a ratos, gracias a la acción de su medio campo histórico: el Negro Jota Jota López, Mostaza Merlo y el Beto Alonso. Producto de ese dominio, llegó seguido al área contraria y metió tres pelotazos en los palos de Héctor Rodolfo Baley, Chocolate, quien había arribado desde Huracán para adueñarse del arco que durante mucho tiempo fue propiedad de Miguel Ángel Santoro.
Pareció un buen resultado para Independiente, al margen de que no había anotado en condición de visitante y eso podía perjudicarlo en caso de un eventual empate. A River, rebosante de recursos, se le volvió a cerrar el arco en una instancia decisiva, como le había sucedido un par de meses atrás en ese mismo escenario frente al granítico Boca de Juan Carlos Lorenzo (derrota 2-0 y eliminación en la Copa Libertadores).
Paliza de Independiente en la vuelta
Independiente dio una muestra de fútbol elegante, eficaz y por momentos arrollador en el desquite. Su zaga central (Hugo Villaverde y Enzo Trossero, quienes continuaron juntos hasta conquistar la Intercontinental de 1984 vs. Liverpool) inmovilizaron al temible Leopoldo Jacinto Luque.

Carlos Alberto Fren fue un todoterreno incansable, capaz de ordenar los relevos o asistir a sus compañeros, con una visión táctica que luego trató de aplicar como técnico. Omar Rubén Larrosa, surgido en el Boca de Adolfo Pedernera y consagrado en el Huracán de César Menotti, fue un administrador seguro.
Antonio Alzamendi, Daniel Outes y Alejandro Barberón desgastaron a la defensa riverplatense. Y Ricardo Enrique Bochini, en una de sus jornadas más gloriosas, se puso las pilchas de goleador para vencer dos veces al Pato Fillol de las atajadas imposibles. Así, el Rojo volvió a salir campeón. Una costumbre de aquella época que después se prolongaba en las mesas de La Gata Alegría, la pizzería que regenteaba el Pato Pastoriza, entrenador y símbolo de aquellos campeonazos.
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