La historia del mozo más famoso de Caseros: hace más de tres décadas que trabaja en una icónica pizzería y es un emblema de la ciudad

Tres de Febrero. Sociedad
·
21 de enero de 2024

Daniel Bengolea atiende en la pizzería Santa Lucía. Fue declarado como personalidad destacada del barrio y es reconocido por sus clientes. Los secretos para atender que lo llevaron a ser una pieza fundamental del local.

En pleno corazón de Caseros, sobre Avenida San Martín al 2800, la icónica pizzería Santa Lucía sigue haciendo historia. La multitud de vecinos de Tres de Febrero -y hasta otros distritos- que la visitan todos los días hacen que la cuadra parezca una postal de la época de oro de la Avenida Corrientes. Su fugazzeta rellena, la pizza de provolone a la piedra y hasta sus empanadas siguen siendo una opción irresistible para los asiduos del lugar.

Pero no solo es la comida la que hace que Santa Lucía siga siendo un establecimiento mítico del Conurbano bonaerense. Porque cuando los clientes asisten al lugar, no solo esperan disfrutar de una pizza y un buen momento. También esperan la atención de Daniel Bengolea, el único mozo que pasó por la pizzería durante los últimos 31 años y sigue ganándose el cariño de los comensales.

Caseros, Tres de Febrero, Santa Lucía
Santa Lucía, la histórica pizzería de Caseros. La fugazzeta rellena es la especialidad de la casa.

Los motivos por los que los vecinos de Caseros y gran parte de Tres de Febrero conocen a Daniel son incontables. Saben que desde las 16 ya pueden verlo de fagina baldeando la vereda, acomodando y preparando todo para esas especiales noches en la pizzería. Nadie lo obliga a ir a esa hora. Él lo elige así. «Los que estamos ahí no vamos a trabajar y listo. Nos preparamos para la gente», remarca Daniel a Zonales.

Para Daniel no hay nada más importante que los clientes de la pizzería. Confiesa -emocionado- que son ellos los responsables de que estos 31 años en Santa Lucía hayan sido tan inigualables. «La gente de Caseros es muy especial. Te mide y te hace notar que siempre estuviste ahí. No hay nada tan gratificante como que me saluden y se pongan a hablar conmigo cada vez que me ven».

Las noches de Daniel en la histórica pizzería de Caseros

A partir de las 19, ya se puede ver a Daniel Bengolea preparado para la acción. Es de los pocos mozos -y más de pizzería- que sigue usando «uniforme». Quizás, lo más encantador de esa costumbre, es el moño que sigue colocándose todos los días con orgullo.

Caseros, Santa Lucía, Tres de Febrero
El mozo de Caseros siempre fue reconocido por su destreza y rapidez a la hora de atender.

Una vez que los clientes llegan al lugar, ya pueden ver a Daniel moviéndose como una gacela entre los angostos espacios de la pizzería. No hay un segundo en que se lo vea quieto. Esquiva obstáculos y lleva las pizzas del mostrador a las mesas en milésimas de segundo. «Voy hace años y todavía no puedo creer como se mueve», cuenta Pablo, vecino de Caseros y un asiduo de Santa Lucía.

El resto es pura conexión con los clientes, que sienten al carismático mozo como una pieza infaltable del lugar. Saben que no necesita anotar los pedidos. Que no va a dejar «colgado» a ninguno. Que el trato con cada uno, casi que será personalizado.

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Tal es así que ni Nicolás o Miguel (administradores de la pizzería e hijos de Don Antonio, el fundador), Nicola (el maestro pizzero que sigue trabajando jubilado y al que Daniel define como un «fenómeno total»), ni los cientos de clientes que pasan por la pizzería imaginan que haya un día en el que el mozo no esté atendiendo: «Cuando me preguntan digo siempre el mismo chiste: cumplí 31 años en Santa Lucía y voy para 31 más».

Los inicios de Daniel y su gran referente

Daniel Bengolea comenzó a trabajar como mozo a los 16 años, también en Tres de Febrero, en una pizzería que en aquel entonces funcionaba en el barrio de Villa Bosch, en la esquina de Quintana y Santos Vega.

Santa Lucía, Caseros, Tres de Febrero
Daniel Bengolea junto al intendente de Caseros, Diego Valenzuela, tras ser reconocido como destacado del barrio.

Dos años después, fue al servicio militar y las vueltas de la vida lo llevaron a Río Gallegos, provincia de Santa Cruz, donde se postuló para trabajar como mozo en los casinos de suboficiales. Al regresar a Buenos Aires, siguió en la pizzería de Villa Bosch y algunas otras icónicas de Capital Federal, hasta que Don Antonio lo convocó para trabajar en el ahora legendario establecimiento de Caseros.

Hasta hace no mucho tiempo, algunas pizzerías de la Ciudad de Buenos Aires seguían buscando los servicios de Daniel. Casi como si se tratara de un mercado de pases pizzero en el que buscan siempre a las mismas estrellas. Sin embargo, la respuesta del querido de mozo fue contundente. «Antes de que Don Antonio falleciera le prometí que nunca le iba a fallar. Y no fallarle es seguir acá», cuenta casi entre lágrimas.

En ese momento, también recuerda a Hugo Cabrera, el mozo que le enseñó gran parte de todo lo que sabe hoy. Lo conoció a los 19, en una pizzería de Capital, y estuvo trabajando dos años con él. «Me decía ‘vos vas a ser bueno’ y me emociona recordarlo. Era otro partidario de que los buenos mozos nunca mueren».

Caseros y las fotos: dos pasiones de Daniel

Ahora, Daniel disfruta de varios de los placeres que ganó en el último tiempo. Desde haber sido nombrado como personalidad destacada de Tres de Febrero y haber venido a vivir a tan solo 20 cuadras de la pizzería, tras viajar durante 28 años todos los días desde San Miguel, su distrito natal. «Hoy ya me siento como si fuera de Caseros de toda la vida».

Durante la realización de esta nota, Bengolea muestra decenas y decenas de fotos con compañeros de trabajo y clientes. Una de estas últimas es nada más ni nada menos que con Martín Palermo, que visitó la pizzería hace algunos años. «Revolucionó todo Caseros», cuenta. Y aunque el mozo es fanático de River, no dudó ni un segundo en inmortalizar el momento.

Finalmente, muestra una foto tomada durante los últimos días. Es con una niña que se encariñó con él apenas lo conoció en la pizzería.

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El retrato lo emociona, no solo por el cariño y porque los padres de la niña fueron los que le enviaron la foto sorpresivamente. Sino también porque lo hace consciente de algo: el paso del tiempo. Clientes a los que conoció así, hoy son adultos que siguen yendo a Santa Lucía a comer esa famosa fugazzeta rellena. Y él, preparado para atenderlos con la destreza de siempre, los espera con los brazos abiertos.

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