La historia de superación del vecino de Morón que sobrevivió a Cromañón y a la tragedia de Once
Mariano Valentino, tatuador de 33 años, puede contar el horror que le tocó sufrir en dos desastres ocurridos en el barrio de Once, con casi siete años de diferencia. «Me afectaron», dijo, pero «no queda otra que salir adelante».
Mariano Valentino (33) estuvo dos veces cara a cara con la muerte. En 2004 sobrevivió al incendio en el boliche República de Cromañón. Y ocho años después, a escasos metros de ese lugar, pudo salir vivo de la tragedia de Once, cuando el tren Sarmiento chocó contra la barrera de contención de la terminal ferroviaria.
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Tenía 18 años cuando vivió la primera de ambas experiencias traumáticas. Hacía un calor insoportable aquella noche del 30 de diciembre de 2004 en el boliche Cromañón, ubicado en la calle Bartolomé Mitre al 3000. Se había subido a los hombros de su cuñado para tener mejor visión del espectáculo de Callejeros que llevaba su música a una multitud apretada que excedía la capacidad del local.
Nunca podrá olvidar el instante en que vio que se quemaba la media sombra del techo, el inicio de una secuencia que terminó con la muerte de 194 personas. «Vi que un pibe prendía una candela. No era una bengala, sino que era de esas que uno sostiene mientras sale el fuego con luz intensa. Enseguida vi como caía plástico quemado del techo y se empezaba a prender la media sombra», contó.
Cayó al suelo e intentaron ir hacia la salida, al tiempo que se cortaba la luz en todo el lugar. Narró la secuencia que se dio a oscuras y en el medio de los gritos: «Llegamos a una puertita angosta donde había un patovica que nos decía que fuéramos al portón. Fuimos al portón y la gente estaba agolpada ahí, apretada intentando salir pero estaba cerrado». Fue una trampa mortal para aquellos que asfixiándose, fueron quedando aplastados.
Arrastrados por la multitud que los fue llevando hacia adentro de Cromañón, su cuñado quedó en el piso mientras la gente le pasaba por encima y Mariano lo levantó. En la frustración, tuvo un instante que jamás se sacará de la cabeza. «Creí que no iba a poder salir. Se me vino la imagen de mi vieja, de mi familia, de mi infancia. Estaba entregado», relató. Sin embargo, volvió a pelear para escapar y lo logró. Dijo que en un momento volvió a perder a su cuñado y los otros dos amigos que los habían acompañado esa noche, pero finalmente los encontró «afuera, en una plaza».
Tras llegar a su casa al amanecer y escupir un líquido negro y tener dificultades para respirar, estuvo internado unos días. En los siguientes meses fue sesiones de terapia grupal pero luego decidió continuar por su cuenta la recuperación psicológica de aquel suceso, que confesó que lo tuvo durante un tiempo escuchando «gritos, llantos, ruidos de sirenas de ambulancia».
Después de Cromañón, la tragedia de Once
El 22 de febrero de 2012, Mariano Valentino fue a tomar el tren a la estación de Morón. «Tenía que ir a una entrevista de trabajo, le pedí a mi papá que me acompañara porque él conocía mucho más que yo la Capital Federal», relató. Y recordó lo que fue el primer guiño del destino: «Quise subir al primer vagón para bajar primero y él no quiso».
Sin embargo, no fueron a los del coches del fondo, sino que se quedaron en el tercero. «Cuando estábamos llegando a Once me di cuenta que la velocidad no estaba disminuyendo. Después sentí el impacto y toda la gente se vino encima mío. Nuestro vagón se hizo un acordeón y las puertas no se abrían. Te digo que yo no me desespero nunca porque me acuerdo que le pedía a la gente que se tranquilizara. Busqué a mi viejo. Estaba tirado pero vivo. Yo me había golpeado un poco la cabeza y el tobillo pero lo alcé y lo bajé. Él se había lastimado la espalda y la cadera y no podía caminar», agregó.
Lo internaron a él y a su papá en hospitales diferentes. Le dieron el alta y se subió a un colectivo, pero se quedó dormido y terminó en una zona descampada. Quiso tomar un remis pero no lo quisieron llevar, entonces caminó junto a una ruta esperando encontrar un cartel verde que dijera «Morón» y recordó: «No se cuántos kilómetros caminé. Tenía unas ganas de llorar terribles pero no podía parar. Hasta que un hombre me prestó plata y me subió a un colectivo. Me puse tan contento que lo abracé». Aunque el choque del tren en Once había sido a las 8.33 de la mañana, el terminó llegando a las ocho de la noche. Su madre estaba desesperada.
Las tragedias y la obligación de salir adelante
«Estuve en dos infiernos», reflexionó Mariano, que sigue viviendo en el mismo lugar que compartía con sus padres en Morón. Su papá falleció hace un tiempo y en el mismo domicilio viven sus hermanas y sobrinos, en otras casas dentro del mismo terreno.
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Admitió que se vio afectado por lo que tocó atravesar pero, dijo, «todo pasa por algo». «Trato de dejarlo atrás -amplió-, porque no queda otra más que salir adelante. Después de lo de Cromañón no pude volver a pisar un boliche, no me gusta. Pero después seguí haciendo una vida normal». Y agregó que después de la tragedia de Once volvió a subirse «al tren, tenía que seguir adelante».
El vecino de Morón, que está en pareja y aprendió distintos oficios como el de técnico electrónico, electricista y albañil, trabaja como tatuador pero aseguró que el otro gran calvario después de las tragedias que vivió fue el de no conseguir empleo.
«Desde Cromañón, nunca conseguí trabajo. Me llaman, me hacen entrevistas, pero nunca quedé en ningún lado. No sé si tiene que ver lo que me pasó, yo sé que mi nombre sale en Google y pueden saber lo que me pasó, pero no entiendo», cerró Mariano, que piensa que es discriminado por supuestas secuelas psicológicas.