Así está hoy Federico Méndez, el Puma que pegó la piña más famosa del rugby argentino
En 1990, el hooker le dio un golpe de nocaut a un inglés que lo había pisado en aquel test match jugado Twickenham. Ese episodio pudo haberle arruinado la carrera. Ahora es un exitoso empresario.

La fuerza de Federico Méndez con la camiseta de Los Pumas donde fue hooker y referente.
En la campaña deportiva de Federico Méndez se deben reconocer unos cuantos méritos: debutó en el seleccionado nacional de rugby a los 18 años, se sobrepuso a un incidente (la trompada de nocaut que derribó a un gigantesco segunda línea inglés) que podría haber truncado su carrera, permaneció durante una década y media en el más alto nivel y abrió puertas en el exterior para muchos compatriotas.
También hoy, con 53 años cumplidos este 2 de agosto, a Méndez hay que valorarle su capacidad de adaptación fuera de las canchas. “Empecé en Los Pumas cuando todavía estaba en la secundaria, pasé casi toda mi etapa de joven a adulto como profesional y cuando dejé de jugar, que era lo que me gustaba, tomé la decisión de no seguir vinculado al rugby y, a los 35, dedicarme a otra cosa“.
Mal no le ha ido al hombre. Después de incursionar en los rubros gastronómico y de viñedos, apostó por los bienes raíces. “Tuve un bar que anduvo bien y después mal. Y una bodega (Cueva del Puma) que también estuvo arriba y se vino abajo, como tantas cosas en la Argentina. Hasta que me volqué al mercado inmobiliario”, explica.
La famosa piña de Méndez en Inglaterra
Los Pumas afrontaban un proceso de renovación al comienzo de los 90, con Luis María Gradín como entrenador. Una bravísima gira por Gran Bretaña fue el bautismo de fuego para algunos jóvenes rugbiers (Lisandro Arbizu, Gonzalo Camardón, Pedro Sporleder, Germán Llanes) que con los años, después de soportar duras derrotas, se volvieron la columna vertebral.
Méndez se sumó a última hora a ese grupo de entusiastas novatos. Había llamado la atención en un seleccionado de Cuyo que, con él como hooker, venció a Inglaterra en Mendoza. “Estaba preparado en el aspecto físico, pero no mentalmente”, admite.
El viaje había arrancado de manera auspiciosa, con una caída ajustada frente a Irlanda. Había muchas expectativas para el test con Inglaterra en Twickenham, la Catedral del rugby. Sin embargo, los locales impusieron su mayor jerarquía y sacaron amplias ventajas (51-0 fue el resultado final).
Con el asunto ya resuelto, avanzada la segunda etapa, Méndez fue pisado por un rival luego de un scrum, se incorporó y buscó revancha. “Ni me fijé quién era. A la primera camiseta blanca que se me cruzó le revoleé una piña”, narró más tarde. La víctima fue Paul Ackford, una mole de dos metros que trabajaba como policía en una época aún semi-amateur de este deporte.
“Todavía me arrepiento de eso. Fue mi única expulsión en más de 15 años”, destaca Federico, que purgó una sanción leve para los parámetros de entonces (cuatro semanas de suspensión) y acabó por consolidarse como un insustituible de Los Pumas, polifuncional en la primera línea, mundialista en 1991, 1995 y 2003 (faltó al de 1999 por lesión).
El día después del jugador, según Méndez
“Cuando me resfriaba había tres personas alrededor para cuidarme. Cuando te retirás el silencio es terrible. Hay que seguir el camino sin mirar el espejo retrovisor”, afirma Méndez, quien vistió las camisetas de Sharks (“es como Boca acá”) y Western Province en Sudáfrica, Bordeaux en Francia, Northampton y Bath en Inglaterra.

“Viví en muchos lugares y Buenos Aires, donde fui de chico por el trabajo de mi padre, me encanta, pero siempre tuve claro que mi lugar era en Mendoza”, comenta. Allí, en la zona oeste de la capital, puso en funcionamiento Chacras Park, “la primera ciudad empresarial” de la provincia, un espacio que incluye locales comerciales de toda clase, oficinas con vistas espectaculares, sectores de entretenimiento…
“Se me ocurrió hacerlo después de ver algo parecido en Sudáfrica y me asocié con un amigo inglés que vive allá. Lo más difícil fue convencerlo de que invirtiera en Argentina…”, dice Méndez y se permite una risa. Quién hubiera imaginado que aquel pibe calentón de los 90 se volvería un audaz hombre de negocios.
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