Los atractivos de Cucullú, el increíble pueblo turístico de diez manzanas que vive de fabricar ladrillos y está a 100 kilómetros de CABA
La pequeña localidad que pertenece al partido de San Andrés de Giles es la Capital del Hornero. Combina sabores regionales con el esfuerzo de un trabajo hecho completamente con las manos. Cómo se lleva adelante.
Está separado por 100 kilómetros de la Capital Federal pero es un rincón en el que sobrevive un oficio difícil, sino imposible, de encontrar en el turbulento entramado urbano. Conformado por diez manzanas, Cucullú pertenece al partido de San Andrés de Giles y es el pueblo pionero en la fabricación de ladrillos, un sacrificado proceso artesanal.
Manipular el adobe, colocarlo en el molde, cortar el ladrillo, apilarlo para el secado, comenzar la cocción: todos los pasos a seguir se hacen con las manos en jornadas de trabajo de doce horas, bajo un sol abrasador o en el crudo invierno.
Con aproximadamente 1800 habitantes, el pueblo remonta sus orígenes a la llegada del ferrocarril en el año 1898, cuando el comerciante español Juan Simón de Cucullú donó las tierras para construir una estación. Con el tren, el pueblo comenzó a crecer. En paralelo a la estación fueron apareciendo los comercios y la actividad campestre, mientras empezaban a llegar las locomotoras a vapor.
Cerca de 1940 se instalaron chacareros de Italia y España con la idea de armar los primeros hornos de ladrillos, que eran muy chicos y rudimentarios a comparación de los actuales. Por ejemplo, la tarea de pisar el barro se solía hacer con caballos, mientras que hoy se trabaja con tractores. Partían desde el pueblo pequeños camiones con apenas tres o cuatro mil ladrillos para venderlos en Buenos Aires.
Así, la industria creció a tal punto que ya es parte de la cultura y la identidad del pueblo. Por eso, cada 30 de octubre se lleva adelante un gran evento con gastronomía y música en vivo para celebrar la Fiesta del Hornero y homenajear a los sacrificados trabajadores artesanales que con sus manos fabrican los ladrillos usados en la construcción.
Su calle principal, 9 de Julio, concentra la mayoría de los grandes atractivos del pueblo: el Club Atlético Cucullú, una panadería llena de propuestas de panificados y pastelería por demás de tentadoras, la escuela local, la capilla que fue construida en 1960 y la parada obligatoria Casa Gallo, el almacén – bar del pueblo.
El local tiene todos los tics de un comercio de mediados del siglo 20: una vieja caja registradora, diarios locales que datan del 1950, botellas y una antigua heladera de madera. El espacio también funciona como almacén orgánico, donde se ofrece una gran variedad de platos e incluso en el patio ofrecen shows en vivo.
Cómo es vivir Cucullú, el pueblo de los ladrillos
El pueblo guarda una larga tradición de hornos para fabricar ladrillos y por ello cada 30 de octubre se realiza la Fiesta del Hornero, con el objetivo de homenajear a los trabajadores artesanales que llevan adelante esta actividad. Uno de ellos es Guillermo Ramírez, dueño de “Ladrillos Ramírez”, quien desde pequeño comenzó en la industria.
La historia de Guillermo es la de muchos horneros: su padre comenzó con el horno en la década del 70 junto a un socio y luego él empezó a trabajar allí. “Así arranqué, fui empleado de mi viejo y de un socio que tenía mi papá. Empecé en la tarea más fácil que es pisar barro -la materia prima para hacer el adobe- con el tractor, lo que antes se hacía con caballos”, contó a Zonales.
En tanto, hay dos motivos que explican por qué Cucullú es un pueblo alfarero por excelencia: en primer lugar, la tierra es muy fértil. En segundo lugar, el gobierno local otorgaba el permiso necesario para abrir un horno, el que muchas otras comunas rechazaban. Esto generó que, años atrás, existieran hasta 150 hornos de ladrillos.
Sin embargo, en la actualidad, la municipalidad decidió no habilitar más hornos. De los 150 que había quedan sólo 30 y no se permite abrir nuevos para que no se consuma más tierra de lo habitual. “Hoy la fábrica es mía y sigo produciendo ladrillos. Pero hay muy pocos empleados, tengo tres personas. No hay gente para trabajar”, explica Guillermo.
Años anteriores, los trabajadores llegaban de provincias como Corrientes, Entre Ríos y Santiago del Estero. “Uno les daba la casa, se instalaban y empezaban a criar a los chicos, tenían familia. Yo ahora tengo chicos que estuvieron trabajando los padres, que vinieron de Corrientes. Ellos ya nacieron acá en el pueblo, se quedaron, hicieron sus raíces acá, tienen familia también. Y ya no se van más”, agregó Ramírez.
En esa línea, Guillermo cuenta que la producción de ladrillos se encuentra muy disminuida debido a que no hay mano de obra: antes la mayoría de los empleados solían llegar desde Bolivia para trabajar, comprar dólares y enviárselos a sus familias, quienes continuaban en su país de origen. Pero hoy en día, por la devaluación de la moneda argentina, dejaron de hacerlo.
“Hoy en día produzco poco. Si llego a cien mil ladrillos por mes me tengo que poner contento, la producción es poca porque no hay gente para trabajar. En verano aumenta un poco porque los días son más largos. Pero no es como antes que llegaba agosto y se venían muchos a trabajar. Ya hace varios años que no vienen, que no hay gente que venga de afuera a trabajar acá”, explica.
Además, Guillermo cuenta que la mayoría de los dueños de los hornos que actualmente continúan en funcionamiento son trabajadores que llegaron desde Bolivia. “Quedaron muy pocos que sean dueños de acá, del pueblo. Se fueron dejando los hornos y ellos comenzaron a alquilarlos, así fueron agarrándolos. Los paisanos somos tres nada más”, concluye desde su increíble rincón de San Andrés de Giles.
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