El Chulo Rivoira, jugador y DT: ídolo en Ituzaingó y Almirante, cinco ascensos y dos murales
Héctor fue un símbolo como futbolista y entrenador en la mayoría de los clubes por donde anduvo, durante casi 40 años de actuación. Subió cuatro veces a Primera División y una al Nacional B. Ha tenido los homenajes que merecía.
Hablar de Ascenso es hablar de El Chulo Rivoira. Y desde cualquier lado de la línea de cal… Héctor Oscar nació en Ituzaingó, fue gloria como jugador y entrenador en el Oeste bonaerense, y logró marcas difíciles de igualar en las divisiones menores del fútbol argentino. Fue tan grande su legado que tiene dos murales: uno en su zona natal y otro en Alta Córdoba.
Una enfermedad se lo llevó temprano, apenas unos meses antes de cumplir los 60 años. Sus restos también fueron velados en un Oeste que todavía hoy lo recuerda.
El Chulo Rivoira como jugador
Quizá el recuerdo que más perdure en la memoria futbolera de Héctor sea su faceta como entrenador, dando órdenes y no acatándolas. Pero mucho antes de ser maestro, el Chulo Rivoira fue alumno. Y vaya si aprendió…
Tras realizar las Inferiores en River, el debut le llegó en La Matanza: comenzó a dar sus primeros pasos en Almirante Brown, donde supo ser importante en los diferentes planteles que le tocó integrar. En La Fragata comenzó a destacarse como un 9 retrasado o volante ofensivo con técnica y buen remate de media distancia.
Allí jugó cuatro años. Saltó a la notoriedad después de romperla en 1982 luego de un 2-0 ante San Lorenzo en el José Amalfitani, donde los de Boedo fueron locales durante su estadía en la B. Sumó 155 partidos con la casaca aurinegra, cifra que lo ubica entre los 15 con más presencias, y decidió seguir su camino…
El siguiente paso fue Sportivo Italiano y allí comenzó con su fama de «ascensor»: logró subir a Primera en unas finales emocionantes ante Huracán que se definieron por penales, en 1986. Después pasó por Lanús y Defensores de Belgrano, hasta que terminó de cerrar su carrera como futbolista en el club de su corazón: Ituzaingó.
En el Verde, el Chulo Rivoira consiguió su segundo ascenso: fue parte del plantel que alcanzó la B Nacional en 1992, en lo que fue el último año de Héctor como deportista. Vendría una nueva etapa…
Chau botines, hola saco
El Chulo Rivoira decidió correrse de la línea de cal pero no abandonó el Oeste: su primera experiencia como entrenador fue también en Ituzaingó, el club en el cual se había retirado. Luego pasó por Almirante Brown, como en su época de jugador; Nueva Chicago; Sportivo Italiano, con el gran pasado que había dejado en sus momentos anteriores en el club, y recaló en 1997 en Chacarita.
En el Funebrero siguió con su racha de ascensos: en 1999 llevó a los de San Martín a Primera. Tras experiencias en Quilmes y en la Liga de Quito (su único club del exterior), el Chulo Rivoira llevó sus aprendizajes lejos de Buenos Aires: ascendió a Instituto a Primera en 2004 y luego llevó la alegría a Tucumán, donde condujo a Atlético a la élite en 2009.
Tras varias subidas, le tocó mantener: en la temporada 2009-10, agotado el ciclo de Ángel Cappa, Huracán lo contrató para salvarse del descenso. Y Héctor también lo consiguió…
Ferro, Central, Olimpo y Crucero del Norte (su último equipo) fueron las otras experiencias del Chulo como DT. Pero su corazón siempre se quedó en el Oeste.
El legado de ascensos y murales del Chulo Rivoira
Hombre del Ascenso, es uno de los personajes más relevantes en la historia de Ituzaingó. Tras su fallecimiento, el 14 de agosto de 2019, el Verde decidió homenajearlo como correspondía: los hinchas y vecinos de la zona, donde el DT siempre tuvo su residencia incluso cuando su trabajo lo obligó a trasladarse lejos, decidieron realizar un mural en el Espacio Verde del Barrio Aeronáutico.
Pero ojo, no solo en el Oeste su cara llegó a las paredes: en Alta Córdoba, sede de Instituto, el DT también adorna las paredes del Monumental, la casa de Instituto. El ascenso del 2004, último hasta ahora para el club cordobés, permanece como una de las páginas más doradas de La Gloria.