La búsqueda del tesoro: recorre todo el país para restaurar motos con más de 40 años de antigüedad
Fernando Dozo vive en Monte Grande y tiene un taller en Temperley, donde restaura motos japonesas de los 70 u 80. “Lo que más disfruto es el poder encontrarlas abandonadas en un galpón, todas llenas de tierra y destruidas”, dijo.
Como suele ocurrir en muchos casos, todo comenzó como un hobby y se terminó convirtiendo en un medio de vida. Aunque Fernando Dozo nunca dejó de disfrutar lo que hace. Este vecino de Monte Grande tiene un taller en Temperley en el cual restaura motos que tienen, por lo menos, 40 años. Y para hacerlo recorre todo el país buscando esos tesoros ocultos.
Su primer trabajo fue en 2014, aunque se trató de una moto propia, y solo para disfrutarla. Un año después, junto a su socio, restauró la segunda, con la cual se presentó en una exposición de motos clásicas en el Hipódromo de San Isidro y ganó un premio.
“Nosotros reparamos máquinas japonesas de los años 70 y 80. Es decir que tuvieron su esplendor hace mínimo cuatro décadas. Y los clientes son personas que en la mayoría de los casos tuvieron esas motos de jóvenes, que las vendieron y se arrepintieron toda la vida. Por eso suele ocurrir que la plata que invierten es mucho más de lo que realmente valen. Pero se vuelve un símbolo y tiene mucho valor afectivo”, contó.
Y aseguró: “Lo que más disfruto de mi trabajo es poder recorrer el país con un trailer y cargar una moto que estaba abandonada en un galpón, toda llena de tierra y destruida, pero que sabés que al restaurarla va a ser top. Es como buscar un tesoro perdido”.
En FD Restauraciones y Motocicletas, Dozo trabaja especialmente con la marca Kawasaki, algo que supone un beneficio y es que “acá en Argentina hay un proveedor que tiene repuestos originales”. Aunque, aclaró, “a veces algunas cosas faltan y hay que traerlas de EE.UU.”.
Lo difícil de restaurar las motos
El proceso lo describió como algo bastante engorroso: “Lleva mucho tiempo restaurar una moto. No se hace en 15 días. A veces son meses. Y lo primero, claro, es encontrar la moto. Siempre busco un modelo “ganador”, es decir que sea atractivo para los coleccionistas. Aunque muchas veces los clientes nos piden alguna determinada y salimos a buscarla”.
El vecino del sur del Gran Buenos Aires es muy detallista en su trabajo, por eso es que “la moto se desarma íntegra, hasta el último tornillo, y se analiza cómo está cada parte. Después se manda a cromar, cincar (que es el tratamiento anticorrosivo), pintar, y si hace falta se reemplaza la parte afectada por una nueva. O, si no hay repuesto, se construye”. Recién cuando todas las piezas están como nuevas se empieza a armar la moto otra vez. Así se logra que recuperen el aspecto de un modelo 0 kilómetro.
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A diferencia de lo que sucedió con muchos sectores, a Dozo la pandemia del Covid-19 no lo afectó laboralmente. En realidad, fue todo lo contrario: “Lo que pasó fue que la gente que tenía plata no podía gastarla en viajes o salidas. Entonces se mandaron a arreglar esa moto que tenían tirada. Con mi socio llegamos a esa conclusión, porque cada vez hay más trabajo”.
En ese sentido detalló que “en marzo de 2020 estábamos asustados, porque ese mes sí se frenó todo un poco. Pero en abril apareció una moto, después otra y de repente siete más. Y ahora ya estamos tomando trabajo para el próximo año”.
Y apuntó que “claramente es un gusto que se da la gente, no una necesidad. Ni siquiera se restauran para ir a trabajar, sino que son motos de colección. Pero se ve que muchos llenaron estos meses de aburrimiento con esto”.
Los gajes del oficio para el vecino de Monte Grande
Más allá de su experiencia en el tema, eso no impide que el trabajo le genere sorpresas: “Las apariencias engañan. Una vez compramos una que estaba horrible, pero fue fácil de restaurar, porque solo estaba sucia y oxidada. Todas las partes se volvieron a usar y no hizo falta salir a buscar muchos repuestos. En cambio, algunas que de aspecto están muy bien, cuando empezás a desarmarlas, te encontrás con todo podrido o con piezas que no son originales”.
Precisamente ese punto es el que determina los valores de cada una de las joyas con las que trabaja. “Lo más importante es que todas las partes sean de la misma marca y, claro, de la época correspondiente. Tiene que ser exactamente igual que como salió de fábrica”.
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Por último, advierte que el restaurar no es un trabajo para todos. “La clave es tener mucha paciencia. Por eso no es para cualquiera. Hay muchos clientes que intentaron hacerlo ellos mismos y se cansaron. Es mucho trabajo, y si no sabés hacerlo te desilusionás”, remarcó. Y advirtió que sus obras “no dejan de ser motos que tienen 40 años sobre el lomo, por eso son para dominguear y no para irte al Machu Picchu”.
Quien quiera contactar a Dozo lo puede hacer por medio de su Instagram o su Facebook. Y ese será el primer paso para poder conectarse con una moto que represente un viaje al pasado.