Quién es el cura villero de Ruanda que escapó del genocidio y en La Matanza sigue el legado del Papa Francisco
El Padre Anaclet creció en Africa entre el hambre y el asesinato de su padre. Abrazó el sacerdocio en una congregación misionera y desde 2019 desarrolla una obra religiosa y social en el populoso partido del Conurbano.

Anaclet Mbuguje para todos es el Padre Anaclet en el Barrio 22 de Enero de Ciudad Evita, en La Matanza. Sufrió lo peor en su Ruanda natal, hoy se desvive por los más pobres.
La historia del Padre Anaclet Mbuguje -padre Anaclet, a secas, para miles de vecinos de La Matanza– es una fuente de inspiración. Y en las horas posteriores a la muerte del Papa Francisco se rescata de ella la forma en que este ruandés mantiene vivo el legado que aprendió del Sumo Pontífice en el territorio matancero.
A este cura villero por elección se lo puede encontrar sioempre en el Barrio 22 de Enero atendiendo los detalles de la construcción de una escuela, dando misa en la Capilla, o asistiendo en el Centro de Rehabilitación de personas con adicciones. Es un bastión de apoyo para todos en la barriada.
Sin embargo, nació en 1979 en Ruanda, uno de los países más pobres del mundo. Durante su adolescencia, fue testigo del feroz genocidio en su país, en el cual perdió a su padre y varios familiares. A pesar de las terribles imágenes que permanecen en su memoria, Anaclet logró lo impensado: perdonar. Así logró empatizar con todos y dedicar su vida a los demás.
La historia de Anaclet, el cura villero ruandés de La Matanza
«Nací en Butare, al sur de Ruanda, en 1979, en una familia humilde, pobre, de siete hermanos. Siempre vivimos de los frutos de la tierra. Nos educamos en este contexto, con esfuerzo para seguir adelante. Mis padres nos animaban a esforzarnos para estudiar, al menos tener la secundaria. Fueron tiempos difíciles ¡cómo costaba pagar la matrícula y la cuota! Era pública, pero el alumnado asumía un costo para mantenerla», le dijo Anaclet a Valores Religiosos.

«Mi padre murió en el 1994 durante el genocidio que sufrimos en mi país y mi mamá en 2002, poco más de un año después que ingresé a la congregación de los Misioneros de los Sagrados Corazones. Mi hermana menor ya había fallecido unos años antes», cuenta el padre Anaclet, que tiene a la parroquia Beato Enrique Angelelli y Mártires Riojanos, en Libertad, como uno de sus lugares preferidos.
Ese genocidio fue demencial. En poco más de tres meses (entre el 7 de abril y el 15 de julio de 1994) la etnia hutu exterminó al 70% de la etnia rival, los tutsi. La violencia sexual fue generalizada, durante el exterminio violaron a medio millón de mujeres y se calcula que 1.000.000 de personas fueron aniquiladas.
La vocación nació en él cuando tenía 10 años. «Llegó una comunidad salesiana cerca de mi casa que fundó una capillita. Íbamos a misa allí, no cabíamos adentro de tan chiquita. En ese lugar comenzó poco a poco mi vocación. Recuerdo, siendo monaguillo, querer ser cura. Cuando el genocidio llegó, se interrumpió un poco el estudio. Lo retomé algo enojado por lo sucedido y, diría, con una crisis de fe. Volví al camino de la fe gracias a los compañeros y en el colegio donde teníamos espacio de oración y eucaristía», evoca.
En el 2000 empezó el prenoviciado con la congregación. Primero en Ruando, luego en Camerún. Estudió más tarde Teología en República Dominicana hasta que se ordenó en diciembre de 2008 en su tierra. En ese entonces, un nombre lejano se atravesó en su vida: Argentina.
«Mi congregación nos forma como misioneros en salida, es nuestra identidad. Nuestra espiritualidad y carisma nacen de la contemplación del corazón de Jesús y del corazón de María, recordándonos siempre que Dios es amor y es ese amor de Dios el que queremos anunciar. La Argentina fue el primer país, después de Europa, al que llegamos, en el 1941, comenzando en Río Cuarto, provincia de Córdoba, donde teníamos seminario diocesano», recuerda,

«Terminada esa misión en Río Cuarto, la congregación vino a Buenos Aires, a Villa Lugano precisamente. Nosotros contemplamos el corazón traspasado de Jesús que nos lleva a los traspasados, a los crucificados. Nosotros anunciamos al Traspasado en los traspasados. Por eso buscamos lugares donde tengamos este ideal de coherencia con nuestro carisma. En América latina hay otro modo de decir lo mismo: la opción por los pobres. Nosotros decimos: la opción por los traspasados», contó.
Su percepción y su ganas de ayudar lo alojaron rápidamente en La Matanza, tierra de necesitados. El año pasado, junto a más de 40 sacerdotes entre los que se encontraban los matanceros Carlos Olivero, Nicolás Angellotti, Guillermo Torre, Daniel Echeverría y Mauricio Cardea, alertó por «la poca perspectiva de un Estado presente que cuide a los más débiles».
Mientras tanto, este hincha de Racing por elección -«la Academia es lo más grande del país», sostiene- sigue por la misma senda que aprendió del Papa Francisco: promover una pastoral popular con fuerte contenido social, rechazar los lujos del clero para vivir con sencillez y cercanía, y estar presente en las villas, no como asistente ocasional, sino como pastor comprometido.
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