La historia en el boxeo del sindicalista más poderoso del país: de la paliza en su primera pelea al asado en Lanús con Muhammad Ali
Lorenzo Miguel volvió a su casa con la cara desfigurada y le prometió a su madre que no volvería a pelear. En su apogeo como titular de la UOM, se dio el gusto de traer a Ali al país y compartir un asado en Lanús.
Lorenzo Miguel nunca le esquivó a la pelea como gremialista, pero en el boxeo no se comportó igual. Combativo o negociador, según el momento y la circunstancia, fue uno de los más importantes dirigentes sindicales de la historia argentina, con fuerte y polémica influencia en el período que transcurrió previo a la caída del peronismo en los 70 y el regreso de una endeble democracia en los 80.
También tuvo sus nexos con el pugilismo: un pasado amateur y un encuentro con Muhammad Ali, el mejor peso pesado de todos los tiempos, dan fe de su pasión por la actividad. ¿Cómo fue la vida de un hombre entre el sindicalismo y el boxeo?
Lorenzo Miguel y su pasado de boxeador
Nacido el 27 de marzo de 1927 en Villa Lugano, por entonces casi una zona campestre, Lorenzo Miguel siempre se sintió atraído por el deporte de los puños e imaginó, pese a su baja estatura, convertirse en un gran boxeador.
Con 18 años, participó en su primer combate y recibió una fuerte paliza que lo dejó con la cara desfigurada. Su madre (Brígida Martínez, inmigrante española, viuda temprana a cargo de cinco hijos) le pidió que por favor nunca más subiera a un ring al ver el calamitoso estado en el que había terminado. Lorenzo decidió evitarle disgustos y abandonó su sueño de ser boxeador para dedicarse a trabajar en una fábrica metalúrgica. Así fue como Lorenzo, apodado el Loro o el Tordo, comenzó a forjar su carrera sindical.
El ascenso gremial de Lorenzo Miguel
Lorenzo pronto se convirtió en un referente sindical. Ocupó diversos cargos, fue subiendo en el escalafón y en 1969, tras el asesinato de Augusto Timoteo Vandor, se convirtió en Secretario General de la Unión Obrera Metalúrgica, la organización de trabajadores más gravitante en una Argentina con alta ocupación en el área industrial.
En su apogeo, Miguel se convirtió en el sindicalista más poderoso del país y fue uno de los principales actores políticos de la época, siendo muy influyente dentro de un peronismo convulsionado por las internas entre facciones más conservadoras y otras revolucionarias.
A pesar de la fama y el poder, Lorenzo siempre mantuvo una relación cercana con sus raíces y con su pasión por el boxeo. A través de contactos y recursos, decidió darse un lujo rememorando aquellos viejos tiempos entre las sogas.
A fines de 1971 organizó una gira de Muhammad Ali (ya había dejado atrás su original nombre de Cassius Clay) por Argentina. El coloso norteamericano se enfrentó a una selección de boxeadores locales y compartió un asado con Lorenzo en Lanús. La gira fue de tan solo 42 horas, comenzando el viernes 4 de noviembre, y también tuvo como invitado a otra figura sindical de relieve como José Ignacio Rucci.
Aquel evento fue un gran éxito y reafirmó la posición de Lorenzo como un actor significativo de la escena nacional. Ali, el más grande boxeador de todos los tiempos, fue una excelente propaganda política para él y para la UOM en una época muy especial: el sindicalismo, a través de las denominadas 62 Organizaciones, luchaba constantemente para lograr la vuelta de Juan Domingo Perón, exiliado en España. El regreso finalmente se concretó el 17 de noviembre de aquel año.
El legado de Lorenzo Miguel
Lorenzo, durante más de cuatro décadas, enfrentó los más variados desafíos y cuestionamientos, especialmente bajo la dictadura militar que gobernó Argentina entre 1976 y 1983. Sus detractores, que no faltaban a derecha e izquierda, le asignaron cierta pasividad ante los atropellos del régimen de facto.
Él, pese a un discurso desprovisto de pretensiones académicas o intelectuales, se permitía algún sarcasmo: “No compartí la celda con ninguno de los que me critican”. Y solía repetir una metáfora patentada por Perón cuando se sentaba con las cámaras del sector a discutir paritarias: “Los sueldos suben por la escalera y los precios por el ascensor”.
No obstante su condición de detenido por la Junta Militar desde marzo de 1976 hasta abril de 1980, logró mantener su influencia en una UOM intervenida y fue votado por una abrumadora mayoría cuando, con el retorno de la democracia, se normalizaron las entidades gremiales.
Fue, incluso, protagonista de un pacto sindical-militar que Raúl Alfonsin denunció previo a las elecciones de 1983, un hecho que le atribuyeron fuerte incidencia en el triunfo del radicalismo, ya que su candidato dejó al descubierto un acuerdo entre las 62 Organizaciones y la cúpula de las Fuerzas Armadas.
Lorenzo Miguel acompañó a Saúl Ubaldini, el secretario general de la CGT, en los 13 paros generales que soportó el alfonsinismo. Además, hasta la llegada de Carlos Saúl Menem a la presidencia en 1989, fue alta su responsabilidad en las estrategias y acciones del Partido Justicialista.
También crecieron leyendas oscuras a su alrededor. Entre ellas, el asesinato en julio de 1975 de Jorge “El Polaco” Dubchak, uno de sus guardaespaldas. Trascendió que el cuerpo de Dubchak (que nunca apareció) había sido incinerado en el horno de la sede de la UOM en Cangallo 1435. La Justicia siguió la pista del rumor pero los jueces que habían considerado “seriamente factible” el homicidio en el local sindical, sobreseyeron a Miguel de la acusación de instigador del crimen.
Lorenzo Miguel falleció el 29 de diciembre de 2002, a los 75 años. Su legado en el mundo del sindicalismo y la política argentina perdura hasta el día de hoy. Al margen de que no logró cumplir aquella ilusión adolescente de ser boxeador, por perseverancia, liderazgo y capacidad de organización se transformó en uno de los personajes insoslayables de la historia argentina del siglo XX.