El día que Carlos Reutemann se quedó sin nafta en la Fórmula 1 y se llevó un insólito regalo de Juan Domingo Perón
Fue hace 50 años, en el Gran Premio de la Argentina de 1974. Lole, al volante de un Brabham, estaba a 500 metros de ganar la carrera pero una falla increíble lo privó de la victoria.
En los veranos argentinos de hace medio siglo había dos acontecimientos deportivos que concentraban el interés de la afición: los torneos amistosos de fútbol entre clubes grandes en Mar del Plata, habitualmente con algún invitado extranjero de jerarquía, y la carrera de Fórmula 1 en Buenos Aires. Y Carlos Reutemann, el mejor piloto argentino en la máxima categoría después de Juan Manuel Fangio, fue protagonista es una historia increíble.
La F-1 inauguraba siempre su calendario en nuestro país (la segunda era en Brasil, Río de Janeiro o San Pablo) y no se hablaba de otros temas durante la primera quincena de enero. Así ocurrió en 1974, bajo un contexto de efervescencia política, incertidumbre económica y convulsión social que derivaría en el Golpe de Estado de marzo de 1976.
Unos días antes de que el Boca de Rogelio Domínguez abriera la temporada futbolera estival con un categórico 4-2 ante el Huracán de César Menotti, desembarcó el colorido circo de la Fórmula 1 en el entonces denominado Autódromo 17 de Octubre. Para el público tuerca había una expectativa adicional: la presentación de un compatriota, Carlos Alberto Reutemann, con el Brabham BT-44, una joya mecánica ideada por el talentoso diseñador británico Gordon Murray.
La muñeca de Carlos Reutemann
El santafesino, un piloto que pronto había llamado la atención del ambiente motor por su conocimiento técnico y su capacidad de manejo, sorprendió a la multitud aquel cálido domingo 13 de enero de 1974 al adueñarse de la punta en los primeros de los 52 giros al trazado porteño.
Cuenta una leyenda urbana que, con Reutemann ya consolidado en la vanguardia, un colaborador del teniente general Juan Domingo Perón le sugirió la conveniencia de acercarse al escenario mayor del automovilismo nacional para ser espectador y en algún modo partícipe de la que podía ser una victoria histórica de un deportista argentino.
El entonces presidente de la Nación, quien había asumido por tercera vez luego de su rotundo éxito en las elecciones de septiembre de 1973, aceptó el consejo, se subió al helicóptero en la Quinta de Olivos y a los pocos minutos estaba en el barrio de Villa Lugano.
Desde su ubicación preferencial, Perón fue testigo de cómo el Brabham BT-44 perdía rendimiento en los últimos circuitos y le dejaba servido el triunfo al McLaren del neocelandés Denny Hulme. Una falla en la toma de aire aceleró la pérdida de combustible en el monoposto guiado brillantemente por Reutemann. El auto número 7 se quedó sin nafta, a un costado de la pista, a solo 500 metros de la línea de meta.
El regalo de Juan Domingo Perón a Reutemann
Según la prestigiosa revista El Gráfico, que destinó 16 fotógrafos para la cobertura del acontecimiento con los maestros Ricardo Alfieri (padre) y Aldo Abaca a la cabeza, había casi 100.000 personas en las tribunas del hoy Gálvez. Para el semanario Goles, otro medio de mucha circulación, eran algo más de 80.000…
Al margen de las diferencias de cálculos, se trataba de una multitud que, luego de la decepción por el resultado, aclamó a Reutemann para reconocer un formidable desempeño que lo posicionaba a la altura de las figuras más taquilleras de la época (el austríaco Niki Lauda, el británico James Hunt, el sueco Ronnie Peterson, el italiano Gianclaudio Regazzoni…). De hecho, durante el curso de ese 1974 logró triunfos en Sudáfrica, Austria y Estados Unidos.
Aquella ovación de la gente no fue el único premio que se llevó Carlos Alberto. El propio Perón, ya debilitado en su salud -iba a morir meses más tarde, el 1° de julio de 1974-, lo esperó en las gradas para felicitarlo por la actuación y entregarle un regalo impensado: una lapicera. “Es lo único que tengo para darle”, le dijo el General a modo de excusa. Y le prometió un almuerzo de agasajo.
La invitación se produjo al día siguiente y Reutemann compartió la mesa en la residencia presidencial con Juan Domingo, su esposa María Estela Martínez, el oscuro José López Rega y Pedro Eladio Vázquez, titular de la Secretaría de Deportes que por esos días buscaba asegurar la sede del Mundial de fútbol de 1978 en Argentina.
Nunca habrá imaginado ese corredor de 31 años que, un par de décadas después, se postularía para gobernar la provincia de Santa Fe en nombre del PJ. De haberlo sabido, seguramente le habría solicitado algunos consejos de conducción política a Perón. Y es probable imaginar la primera recomendación del verborrágico líder justicialista: “Compañero, use usted la lapicera”.
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