Cada día, la Avenida Chiesa entre Rivadavia y Francia se transforma en un circo violento de motoqueros que molestan a la gente. Hay casas, un jardín y una sala de emergencias en la zona. Denuncias sin respuesta y miedo.
En pleno centro de Longchamps los vecinos viven una verdadera odisea con las picadas de motos ilegales, los ruidos molestos y las amenazas constantes.
La tranquilidad en pleno centro de Longchamps fue reemplazada por el estruendo de los motores de las picadas que no paran. Es que en las últimas semanas, vecinos de esta localidad del partido de Almirante Brown, denuncian vivir un verdadero calvario por la presencia de bandas de motociclistas que utilizan el espacio público como pista de exhibición y carreras ilegales.
Se apropiaron de un tramo de la avenida Chiesa, entre Rivadavia y Francia, al que ellos mismos bautizaron como «La Recta», y lo convirtieron en un circuito para hacer picadas, cortes de escape ensordecedores, piruetas a contramano y encuentros con música a todo volumen. Las escenas ocurren prácticamente todos los días, de lunes a lunes, ante la impotencia de vecinos, comerciantes y autoridades.
En ese tramo de la avenida -una calle asfaltada con bulevar que corre paralela a las vías del ferrocarril— hay viviendas, negocios, una Unidad de Pronta Atención (UPA) con terapia intensiva y un jardín de infantes, todos afectados por el ruido extremo y el riesgo constante que implica la circulación temeraria de estos grupos.
En las redes sociales se fomentan las juntadas en «La recta», la peligrosa cuadras en pleno centro de Longchamps.
Los motociclistas no solo no se esconden: desafían abiertamente a quienes intentan frenarlos. Se burlan de los reclamos, insultan a los vecinos y continúan operando como si el espacio les perteneciera.
Las quejas por las picadas en Longchamps
El programa Telenoche visitó la zona y documentó cómo estas bandas manejan a gran velocidad, en contramano, sin casco, zigzagueando entre autos y haciendo estallar los escapes modificados. Los testimonios recogidos reflejan una comunidad harta y abandonada, que hizo denuncias ante la policía, el municipio y la Justicia, sin obtener respuesta.
Pablo, vecino de la cuadra, relató: «Hacen wheelie de a dos, sin casco, se cruzan adelante de los autos. Si les tocás bocina, te insultan. Desde mi casa tiembla todo, las ventanas no paran de vibrar. Mis padres son mayores y no pueden dormir. Nadie hace nada: ni la policía, ni la municipalidad ni la justicia”.
Dos motos van de contramano en plena avenida Chiesa, en el centro de Longchamps.
Aldana, otra vecina, vive con miedo y ansiedad: «Hace tres meses que no puedo dormir. Me despiertan los caños de escape. Mi mamá me dice que tiene miedo, como si fueran a meterse en la casa”. Esta vecina denunció ante el centro de monitoreo local del distrito que gobierna el intendente Mariano Cascallares y también en la UFI N.º 2 descentralizada del distrito, incluso incorporando el delito de amenazas, ya que uno de los motociclistas le gritó: «Te voy a prender fuego la casa». Sin embargo, la respuesta de la fiscalía fue que debía identificar a los agresores, algo imposible cuando se presentan encapuchados o de noche.
Verónica, directora de un jardín ubicado en la cuadra, relató que cada mañana encuentra las secuelas de las noches agitadas: «Botellas rotas, basura, vómitos, hasta orina en las paredes. Es incontrolable».
Las picadas, un mal de todo el GBA
La problemática no es exclusiva de Longchamps. En realidad, forma parte de una realidad que se repite en múltiples puntos del Conurbano bonaerense, con bandas organizadas a través de redes sociales, especialmente Instagram, que realizan convocatorias para encuentros nocturnos en distintos puntos del GBA.
Las denuncias se multiplican en municipios como Berazategui, La Plata, Brandsen, en la Riccheri a la altura de Ezeiza y en San Martín, cerca del famoso puesto Panchos 46, entre otros. En todos los casos, los vecinos repiten la misma escena: grupos que corren picadas, lanzan “cortes” de escape como si fueran tiros, circulan a toda velocidad y generan caos en zonas urbanas sin que nadie logre detenerlos.
Las picadas ilegalas y las reuniones con motos para escuchar música en la calle a todo volumen con una constante en el GBA.
A pesar de que el fenómeno crece, la respuesta estatal sigue siendo insuficiente. En la Provincia de Buenos Aires, las picadas están tipificadas como delito desde 2008 (Ley 13.927 reformada por la Ley 14.547), con penas que incluyen prisión de seis meses a tres años, inhabilitación para conducir y decomiso del vehículo. Además, los municipios pueden actuar por la vía contravencional o administrativa para secuestrar motos, imponer multas y clausurar eventos ilegales. Sin embargo, la aplicación de estas medidas requiere coordinación entre fuerzas policiales, juzgados de faltas y fiscalías, algo que muchas veces no ocurre o se diluye en la burocracia.
Algunos municipios del GBA han intentado poner en marcha operativos de control con radar, cámaras y retenes móviles, pero estos dispositivos suelen ser intermitentes y mal comunicados, lo que facilita que las bandas cambien de ubicación constantemente. Incluso cuando se logra secuestrar vehículos, el impacto es mínimo: muchas motos son ilegales, robadas o directamente sin papeles, y sus conductores escapan o no son identificados.
La falta de una política sostenida y articulada deja a los vecinos librados a su suerte. La tensión crece y el miedo también. El espacio público, que debería ser de todos, termina secuestrado por grupos que se imponen por la fuerza del ruido y la velocidad.
Mientras tanto, en la avenida Chiesa de Longchamps, las noches siguen marcadas por el rugido de los motores. Para quienes viven allí, dormir ya no es una certeza, sino un deseo lejano. Las denuncias se acumulan, la justicia no responde y el Estado parece haber cedido el control de la calle. Una vez más, los más vulnerables pagan el precio de una ausencia estatal que se siente -y se escucha- todos los días.
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