Más de 20 autos y un gran corazón: Víctor Galíndez, el campeón solidario de Morón que les compraba los útiles a los compañeros de sus hijos
Había nacido en Vedia pero en la ciudad del Conurbano lo adoptaron como un propio. La gente lo recuerda por sus gestos hacia la comunidad y porque siempre estaba en alguna esquina con sus autos o con sus motos.
Víctor Galíndez nació en Vedia, al norte de la provincia de Buenos Aires, pero la mayor parte de su vida transcurrió en Morón, en pleno oeste del Conurbano. Allí se lo podía ver al Negro en alguno de los 21 autos que tuvo, a bordo de alguna de las tres motos de alta cilindrada que se compró, en la pileta de un club rodeado por las chicas del lugar, en la puerta de la escuela donde iban sus hijos o en cualquier esquina, seguramente tomando una gaseosa.
Los orígenes del Negro Galíndez en el boxeo fueron en la zona norte del territorio bonaerense. En Tigre -bajo la tutela de Horacio García, el mismo que después fue preparador de La Hiena Barrios– aprendió que el negocio en esta actividad no era solo ir para adelante, meter golpes y aguantar los que le tiraran. Y aunque para él siempre fueron más fuertes los impulsos del coraje y el temperamento, pulió una técnica que le permitió convertirse en uno de los boxeadores más importantes de la historia argentina en las categorías mayores.
La relación de Galíndez con Morón y Lectoure
“¿Y este quién se cree que es? ¿El Mono Gatica?”, preguntó Juan Carlos Lectoure cuando vio llegar al Luna Park a ese morocho de cara redonda, espalda ancha y camisa desabotonada que bajaba de un Fiat 600 con interiores tapizados en piel símil leopardo. Con ese modesto pero llamativo vehículo Galíndez circulaba en las calles céntricas de Morón, donde fue protagonista de más de un accidente de tránsito.
Lectoure le tomó cariño enseguida y hasta podría decirse que de todos los campeones mundiales de nuestro país fue su favorito. De hecho, al quedar vacante la corona de los medio pesados tras el retiro de Bob Foster, arriesgó dinero de su bolsillo para conseguir que la sede del combate mundialista fuera en Buenos Aires. Galíndez se consagró la noche del 7 de diciembre de 1974, luego de darle una paliza al norteamericano Len Hutchins.
Así, se convirtió en el primer argentino que lograba el título como local. Y lo hizo a pesar de que días antes la velada estuvo en riesgo porque Víctor Emilio había sufrido algunas lesiones tras chocar con su Mercedes Pagoda color champagne (el Fiat 600 ya era parte del pasado) en uno de sus habituales paseos a toda velocidad por Morón.
La noche cumbre de Víctor Galíndez
El 22 de mayo de 1976 en Johannesburgo, Sudáfrica, Galíndez protagonizó una de las peleas más dramáticas de la historia del boxeo contemporáneo contra el norteamericano Richie Kates. Cortado en un ojo desde el tercer round, producto de un cabezazo del adversario, batalló los 12 asaltos restantes con la cara totalmente ensangrentada hasta noquear al moreno en la última vuelta. Su imagen contándole los segundos al retador en el piso todavía conmueve, igual que el vibrante relato de Ricardo Arias.
Después de ese épico triunfo, mientras lo cosían en el vestuario, Galíndez recibió de Tito Lectoure una noticia que le borró la sonrisa del rostro maltrecho: en Reno, Nevada, habían asesinado a su amigo Oscar Natalio Bonavena. Con Ringo, además de las prácticas en el gimnasio, compartían muchas cosas, entre otras que las madres de ambas se llamaran Dominga.
Dificultades con el peso y ocaso de Galíndez
Llegar al límite de la categoría (79,378 kilos) se volvió una tarea cada vez más compleja para Galíndez. Nunca fumó, salvo alguna ocasión aislada, ni bebió alcohol, pero era capaz de bajarse una Coca Cola de litro, cuya tapa abría fácilmente con los dientes, como si fuera un vaso de agua. A la defensa con Mike Rossman (apodado por cuestiones de marketing El Bombardero Judío) llegó muy exigido y mal preparado. Lo pagó con la derrota el 15 de septiembre de 1978.
Lectoure se movió rápido para conseguirle desquite y el 13 de abril de 1979, mejor puesto físicamente, lo sacó del ring antes del 10° round. No solo a Rossman, también a su hermano que subió al cuadrilátero para buscar desquite. Se armó una batahola de aquellas, una delicia para las cámaras de la televisión estadounidense que empezaban a explotar el rating de los highlights.
Siete meses más tarde, Galíndez no pudo retener el cinturón frente a Marvin Johnson. Y en su regreso, ya en 1980, perdió por puntos contra Jesse Burnet. Parecía un ex boxeador, aunque solo tuviera 31 años. Por entonces ya estaba en pareja con Patricia Aguada e incursionaba en el ambiente del automovilismo.
Convenció a su amigo Antonio Lizeviche de que lo dejara correr como acompañante en una carrera de Turismo Carretera en 25 de Mayo. Fue el 26 de octubre de 1980. Lizeviche abandonó por problemas mecánicos. Dejó el Chevrolet al costado de la pista y los dos, él y su famoso copiloto, volvieron caminando a boxes. Marcial Feijoó, uno de los rezagados, perdió el control de su auto y se los llevó puestos. Lizeviche y Galíndez murieron en el acto.
Los vecinos de Morón lo recuerdan porque hizo famosa a la ciudad al mencionarla en Johannesburgo, en un cariño que la gente le pudo devolver cuando fue paseado en autobomba por la avenida Rivadavia. O por sus gestos solidarios, como ponerse a rescatar heridos en un accidente en el centro o comprarles útiles escolares a todos los compañeros de la escuela de sus hijos.
El Negro Víctor Emilio Galíndez -hombre salvaje arriba del cuadrilátero, muchacho bueno abajo- fue inhumado en el Cementerio de Morón, donde pasó la mayor parte de sus escasos pero muy intensos 31 años de vida.
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