El vecino de Almirante Brown de 102 años que atendió la panadería familiar donde compraba Juan Manuel de Rosas
José Ramírez Díaz trabajó en una de las panaderías más emblemáticas de la localidad de Ministro Rivadavia. Según le contaron sus ancestros, en aquel negocio era muy fácil encontrarse a Juan Manuel de Rosas.
José Ramírez Díaz lleva más de diez décadas vividas. La energía lúcida que acumula este vecino de Almirante Brown en su cuerpo se percibe al instante cuando, por ejemplo, se levanta a buscar sus pertenencias apoyadas en un rincón de la casa. Lo mismo ocurre con su agilidad mental que hasta el día de hoy le permite relatar historias y recordar cada detalle con una exactitud que se vuelve fácil de envidiar.
Heredero de una de las panaderías más emblemáticas de la localidad de Ministro Rivadavia, José asegura que su tío -el primer dueño del negocio- atendía a José Manuel de Rosas, un habitúe de la zona y de la mercadería que ofrecía el comercio familiar.
El hombre del Conurbano sur nació el 10 de octubre de 1920. Tiene 102 años y para la sorpresa de algunos, lleva cargada su libreta de nacimiento para acreditar la edad. «Comencé a usar bastón en la pandemia porque la situación del encierro me debilitó mucho, pero actualmente hago teatro y en octubre pasado, estrené una obra», cuenta el hombre mientras comparte fotografías de su adolescencia.
La panadería se llamaba «El Plus Ultra» en homenaje al avión que hospedó el traslado del comandante Don Ramón Franco a Buenos Aires. Y se distinguía a varios kilómetros de distancia por el rosa flamenco que decoraba la humilde fachada. Básicamente, el local respondía a las necesidades del barrio ya que por aquel entonces se estilaba que los empleados alcanzaran los productos hasta el domicilio de cada cliente.
«Como no vendíamos facturas, fabricábamos tortitas blancas, pan francés, galleta italiana y criolla. A fin de año, se hacía pan dulce para la época de las fiestas a modo de obsequio», sostiene José.
Así comenzó José, siendo una especie de repartidor de delivery, con la clara diferencia que lo hacía sin bicicletas o celulares para guiarse por la ciudad. «Con mis dos hermanos nos encargábamos de entregar los pedidos en jardinera. Empezábamos a las 6 de la mañana y regresábamos al local a eso de las tres de la tarde porque eran muchos kilómetros», recuerda.
Y añade: «Trabajábamos de lunes a sábado y los domingos eran el único día de descanso. Lo más lejos que llegué fue hasta la localidad de Villa Numancia – conocida como una estación ferroviaria abandonada ubicada en la localidad de Guernica, en el actual partido de Presidente Perón- y el camino era siempre de tierra. No importaba si llovía o había sol, nosotros teníamos que salir con los caballos a repartir».
Además, la famosa casa de pan que solía dar el presente en todos los hogares de Ministro Rivadavia, disponía de una leña de plantas de duraznos y otras veces, de eucaliptos. «Todo el pueblo nos conocía, nos saludaba y nos agradecía por el pan de cada día», confiesa entre risas.
No fue recién hasta 1942 que la vida de Díaz dio un giro de 180 grados. A los 22 años, decidió dejar el rubro de las panaderías para dedicarse a viajar. Su primer destino fue la ciudad de Mar Del Plata, donde tiempo después se radicaría de manera temporal.
«La primera vez que fui a esa ciudad lo hice con mi tío y decidimos irnos en bicicleta», señala mientras se le escapa una carcajada. Admite que tardaron tres días en llegar a tierra marplatense y que debieron avisarle a sus familiares a través de un telegrama. «Había muy pocos teléfonos en esa época, mi vecindario tenía dos con suerte».
El plan inicial era quedarse 15 días. Sin embargo, el estilo de vida que le regaló Mar del Plata y la posibilidad de ganar dinero como repartidor de pedidos en una panadería, oficio que conocía a la perfección, hicieron que Ramírez se instalara por cuatro años en la Costa argentina.
Cuando Juan Domingo Perón asumió como Presidente de la nación, decidió volver a Almirante Brown y continuar con su vida. «Otros de los motivos que obligó el retiro fue que el servicio de delivery que hacía en la panadería, dejó de existir y yo no sabía hacer otra cosa».
Con el tiempo logró entrar al banco hipotecario de La Plata, donde pasó por varias áreas y construyó un perfil más bien empresarial. «Entre a trabajar un 17 de julio de 1945 y me fui el 30 de enero de 1990. Me jubilé cuando tenía 69 años porque me permitieron seguir bajo las mismas condiciones y a su vez, me mandaron a cubrir el mismo puesto en otras provincias». De esta manera, José tuvo la oportunidad de viajar por Misiones, Mendoza, Necochea, Entre Ríos y Paso de los libres.
Y amplía: «Solamente con mis estudios primarios y una formación terciaria, logré ser contador y gerente de un banco. Jamás podría olvidar las oportunidades que recibí».
El teatro y la actuación: sus otras dos pasiones
Una de las cualidades que más resaltan la personalidad de José es la hiperactividad. A los 88 años, como siempre le gustó trabajar y mantener sus horas ocupadas, se dispuso a atender la boletería del teatro de la bancaria en Mar Del Plata. Sus días solían ser siempre igual, cortaba los tickets y recibía al público.
Hasta que un día le ofrecieron subirse a las tablas y debutar en una obra teatral: «El director de ‘mi hijo el doctor’ necesitaba cubrir el puesto de curandera y me pidió ser el reemplazo. Me preparé con mucho esfuerzo y cuando terminó la función y los espectadores me aplaudieron, no quise abandonar más la actuación».
Y así fue porque con 102 años tiene una trayectoria reconocida. En octubre pasado, Díaz estrenó una obra de teatro junto a un grupo de italianos donde debió leer y aprenderse libretos para darle voz a sus personajes. Asimismo, por su participación estelar en la producción teatral «Así es la vida», fue nominado a los Premio Estrella De Mar, el galardón que homenajea a los artistas que brindan funciones en Mar Del Plata.
«Siempre me preguntó ‘¿qué hubiese sido de mí si me dedicaba a la actuación en lugar de ser panadero, hasta dónde hubiese llegado?'». De todos modos, asegura que está orgulloso de todo lo que logró.
Además, el hombre cuenta que en una de las tantas obras que protagonizó, se animó a interpretar el tango Garufa con la particularidad de invertir las palabras de la letra musical. «Descubrí que el teatro es una pasión. Me sumé a ese mundo artístico a una edad en la que todos dejan», reflexiona mientras cierra los ojos para cantar el tango al revés, tal como lo hacía arriba del escenario.
Por último, concluye: «la pandemia me envejeció y me hizo perder la estabilidad por eso me apoyo en el bastón, pero me gusta mantenerme activo. Ahora estoy ensayando una nueva obra de teatro, intento hacer crucigramas a diario para tener la cabeza al día y registrar lo linda que es la vida».