El ídolo del Che Guevara: paso muy breve por Boca, 136 goles para Banfield y una despedida en Adrogué
Gustavo Albella se destacó en un club de su pueblo, Alta Gracia, y despertó el interés de Talleres. Boca lo sufrió en un amistoso y decidió contratarlo en 1945. Al año siguiente pasó al Taladro, donde se volvió referente.
Por estas horas volvieron a observarse imágenes del Che Guevara en las calles de Buenos Aires, con motivo de las manifestaciones a favor (las hubo también en contra) del gobierno cubano. De pocos personajes se ha escrito tanto como del líder revolucionario: su origen rosarino, la mudanza por razones sanitarias a Alta Gracia, los estudios universitarios de medicina, los viajes en motocicleta por la Patria Grande, las acciones guerrilleras en el extranjero… Hasta su relación con el deporte ha sido motivo de arduas investigaciones.
Si bien se le atribuye más gusto por el ajedrez y el rugby, adecuada mezcla de pensamiento y acción, un argentino discutidor y polemista como Ernesto Guevara de la Serna (1928-1967) no iba a callarse justamente cuando se hablaba de fútbol.
«El mejor que he visto es uno de Alta Gracia. Se llama Gustavo Albella», dijo en alguna ocasión entre interlocutores que esperaban referencias elogiosas sobre el Charro Moreno, Tucho Méndez, el Atómico Boyé, Mamucho Martino o algún otro crack legendario de las décadas del 40 y 50.
Albella, el mejor según el Che Guevara
Gustavo Albella nació en 1925 y empezó a jugar en 25 de Mayo, modesto club de Alta Gracia presidido por su padre. Rápidamente sus sobresalientes condiciones futbolísticas, que incluso le permitían desempeñarse como arquero, generaron el interés de Talleres, uno de los grandes cordobeses.
Ya instalado en la T, en octubre de 1944 se alineó en un amistoso contra Boca. El espectacular 7-3 de los albiazules sorprendió al ambiente deportivo, sobre todo porque los Xeneizes venían de salir de campeones en 1943 y repetirían al año siguiente.
Algún miembro de la delegación boquense habrá tomado nota de ese atacante que convirtó en dos oportunidades y enloqueció a la zaga formada por dos leyendas de la institución, José Manuel Marante y Víctor Miguel Valussi. En 1945 fue compañero de ambos.
A Albella le costó la adaptación a los ruidos de la ciudad y, en especial, de un club siempre bullicioso Para peor, aquel año debió cumplir con el servicio militar obligatorio. Cuenta la leyenda que un oficial del Ejército, de apellido Lúpiz, le sugirió que fuera a Banfield. Era difícil entonces resistir la orden de un militar, más para un joven del Interior y bajo bandera.
Si aquel consejo existió, fue el más útil que le podrían haber dado a Albella. En 1946 se incorporó a un cuadro que estaba en Primera B y, con la impactante cifra de 36 tantos en igual cantidad de partidos, lo llevó a la A.
En total convirtió 136 goles para el Taladro, de los cuales diez fueron en el clásico ante Lanús. Aún hoy, ese cordobés de bigote fino y gomina abundante, en sintonía con los parámetros estilísticos del momento, es el máximo anotador de la historia banfileña.
El salto de Banfield al exterior
Albella, camisa abotonada blanca con la banda verde, jugó en el recordado equipo de 1951 que se clasificó subcampeón del torneo argentino, tras perder un desempate con Racing. Brilló en San Pablo de Brasil y en Green Cross de Chile, donde dos veces fue goleador de la temporada. Tiró los últimos cartuchos, ya veterano, con la camiseta tricolor de Brown de Adrogué.
En la estación Banfield del Ferrocarril Roca hay un mural que recuerda a Gustavo Albella, fallecido el 13 de junio de 2000. Y el club, siempre agradecido de sus figuras y dispuesto a homenajearlas, lo reconoce como a una de sus mayores glorias.