A 8 años de la muerte de Julio Grondona: los secretos de los negocios de barrio donde manejó el fútbol
El jefe de la AFA gobernó mucho tiempo desde la ferretería familiar de Sarandí y en una estación de servicio sobre la avenida Mitre, en Crucecita. Desde allí y con dudosos manejos, llegó a la cima del mundo.
Julio Grondona fue el jefe del fútbol local, continental y hasta mundial con una administración del poder con diferentes aristas. La lógica clientelar le permitió tener en un puño a muchos clubes y recibir de ellos el favor del voto a cambio del dinero siempre necesario. Lo hizo con un pretendido estilo cercano, casi campechano, por el que recibía a los dirigentes en la trastienda de dos comercios de barrio que eran parte del inventario familiar, y se transformaron en emblemas que guardaron los secretos de un presidente de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) que tuvo un mandato con características de un Papa. No renunció; se murió.
Así, el ya casi centenario negocio familiar en Sarandí y la estación de servicio en Avellaneda -una de las cuatro que administraba- fueron los dos lugares en territorio bonaerense donde Julio Humberto Grondona tenía reuniones con personajes del fútbol, daba consejos y préstamos, atendía los pedidos más variados y solucionaba con sus particulares maneras algunos de los problemas del deporte más popular. Lo hizo así en muchos de los 35 años que gobernó la AFA.
Primero fue la ferretería de Independencia al 500, después la Esso de Avenida Mitre y Castelli. En esas sedes, donde siempre jugaba de local, Julio se sentía cómodo aunque los ambientes fueran austeros, sin secretarias de minifalda ni cafeteras con cápsulas, desprovistos de lujos.
Visitantes de la estación de Avellaneda
Por esos reductos modestos desfilaban presidentes de clubes en apuros económicos o deportivos, entrenadores en busca de empleo, dirigentes de Futbolistas Agremiados en conflicto con alguna institución morosa, periodistas jubilados que extrañaban el vértigo de las redacciones, aventureros que proponían ideas innovadoras…
Grondona escuchaba a todos, después decidía él en base a referencias o directamente intuición. Así le alcanzó para mantenerse 35 años al frente de la Asociación del Fútbol Argentino. Y no fueron más porque falleció en 2014, un 30 de julio como hoy.
A Julio Grondona no le molestaba que el olor a nafta y lubricantes invadiera el pequeño reducto donde todas las mañanas le servían un café con leche y medialunas. Así le gustaba empezar el día en esa discreta estación de servicio del barrio Crucecita. Era muy temprano para ir a la calle Viamonte, sede de la AFA, donde el movimiento empezaba después del mediodía y alcanzaba picos de intensidad al atardecer.
Alguna gente, además, prefería no mostrarse en el histórico edificio ni en el más moderno departamento de Puerto Madero, reservado para los encuentros con funcionarios, delegaciones extranjeras (por ejemplo, autoridades de la FIFA) o algún empresario desacostumbrado a transitar las calles a veces inseguras del Gran Buenos Aires.
Anécdotas de la estación de servicio
El hoy panelista Oscar Ruggeri ha contado alguna vez que Julio Grondona, en tiempos de Diego Maradona como director técnico de la Selección, lo citó en la expendedora de combustible para explicarle por qué estaba vedado en el equipo nacional. También el ya retirado árbitro Pablo Lunati reveló alguna intimidad de esa oficina, por llamarla de un modo convencional, sin luz natural, con una mesa blanca de plástico y teléfono como los de antes.
Se cuenta que fue allí donde Grondona tuvo alguna discusión fuerte con el temperamental Daniel Passarella, durante su controvertido mandato como presidente de River, y donde intentó convencer sin éxito a un pujante Javier Cantero para que dejase de lado su público enfrentamiento con la barra brava de Independiente para ocuparse de armar un equipo capaz de evitar el descenso. Otro asiduo concurrente era un entonces joven abogado Alejandro Marón, de Lanús, a quien vislumbraba como un posible reemplazante.
El estilo de conducción de Julio Grondona
De la vieja ferretería, inaugurada en 1923, Julio heredó un modus operandi que caracterizó su prolongada gestión al frente de la AFA. Así como los dueños originales del local no tenían problemas para fiarle a algún conocido del barrio, él tampoco negaba una primera ayuda. Eso sí: llegado el momento, pasaba la factura. Y había que honrarla o encontrar un argumento convincente para no hacerlo.
Seguro en el rodeo propio, Julio Grondona se movía poco de su zona de influencia cuando estaba en el país. Apenas se permitía desplazamientos a la Costa Atlántica, sobre todo en los veranos, para asistir a algún partido de los antiguos torneos estivales y disfrutar de las comidas -famosas por su abundancia- que organizaban los jerarcas de la Liga Marplatense.
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La icónica ferretería de Sarandí, cerca del Arsenal de sus amores, y la estación de servicio de Crucecita continúan abiertas, supervisadas por la hija de Julio. Apenas perdieron el misterio de aquellas conversaciones secretas, quizás impublicables, que definieron más de una cuestión importante en el fútbol argentino a fines del siglo pasado y principios del actual.