El día que acarició la gloria Garrafa Sánchez, embajador del fútbol del Conurbano
Se cumplen dos décadas del ascenso de Banfield a Primera División, con una actuación fenomenal de un enganche como los que ya no hay. Crónica de un jugador diferente que se fue muy pronto.
El fútbol es el deporte más importante a nivel mundial. Mueve millones en publicidades, televisión y transferencias de jugadores. Cada estrella es una mega empresa multinacional en sí mismo y cada club de los grandes es una marca de las más reconocidas. Los futbolistas son cada vez más perfectos: desde la nutrición hasta los entrenamientos, desde las concentraciones hasta los viajes, todo tiene un estudio y un análisis previo para que el margen de error sea ínfimo. Eso es el fútbol. Y por eso, José Luis Garrafa Sánchez -un crack, una gloria del ascenso argentino- nunca fue parte de ese deporte. Él jugaba a la pelota. Y de ese modo acarició la gloria con Banfield.
Apodado así por su padre, que repartía tubos de gas comprimido para ganarse el mango, comenzó su carrera en el 94 en Deportivo Laferrere, un club humilde y muy popular de González Catán. En el 98 pasó a El Porvenir, institución tradicional de Gerli, donde empezó a destacarse: consiguió el ascenso a la B Nacional junto con otros jugadores como Adrián González (luego pasaría por San Lorenzo) y Rubén Forestello (actual DT). Tras un breve paso por Uruguay y siete meses de inactividad, finalmente recaló en el 2000 en Banfield: el club del Sur fue el lugar desde donde conquistó a todo el mundo del fútbol.
Garrafa y Banfield: un amor en Ascenso
El presente de Banfield no era el mejor: sumido en una importante crisis económica, el club adeudaba sueldos y el plantel amenazaba con dejar de entrenarse. Pero, sin embargo, la calidad de los futbolistas lo llevó a pelear el torneo: además de Garrafa Sánchez, se destacaban nombres como los de Christian Lucchetti, Carlos Leeb, Javier Sanguinetti (actual entrenador) y, otra vez, Forestello. Al equipo lo comandaba Ramón Mané Ponce, gloria de Boca en los 70, que se había hecho cargo «interinamente» pero, como suele suceder cuando los resultados ayudan, se quedó más tiempo del previsto.
La campaña fue fenomenal, con un invicto de 22 partidos. Y la final fue la frutilla del postre: enfrente estaba Quilmes, uno de los equipos más importantes del Sur, con una rivalidad especial con el Taladro. Pero no hubo paridad. Banfield ganó 2-1 la ida y 4-2 la vuelta con un Garrafa Sánchez estelar, al que no pudieron sacarle la pelota en toda la serie.
La final, una hermosa mañana dominical de mayo de 2001, terminó con incidentes y violencia en el estadio Centenario por la furia de los hinchas quilmeños, pero nada opacó la luz de Sánchez y sus compañeros de Banfield.
Ocaso e inmortalidad de Garrafa Sánchez
Banfield ascendió en Primera y decidió no solo mantenerse, sino empezar a destacarse. De la mano de Julio César Falcioni, el Taladro hasta llegó a jugar Libertadores. El camino de Sánchez, igualmente, no fue en paralelo: el Emperador, emblema de la disciplina y las formaciones 4-4-2 sin enlace, comenzó a marginarlo de las primeras formaciones, y la estrella de Garrafa se fue apagando a medida que Banfield continuaba escribiendo su historia.
Volvió a Laferrere, el club que lo vio nacer y donde también es ídolo. Su carrera y su vida terminaron el mismo día: el 8 de enero de 2006. Amante de las motos, se dice que el haber llegado a una prueba en Boca haciendo «willy» fue la causa para que Carlos Bilardo desistiera de su contratación. A la anécdota, difícil de comprobar, le sobra verosimilitud. Ese fanatismo fue el que también provocó su fallecimiento: un accidente sin casco fue fatal a sus 31 años.
La estrella de José Luis Sánchez es diferente a la de todos los futbolistas: es reconocido por propios y ajenos por su desempeño en el Ascenso, sin haberse destacado en grandes clubes de Argentina. Y es diferente porque Garrafa fue justamente, aunque la definición a veces se malgaste, un distinto.