Juan Sebastián Verón cumple 50 años: por qué su papá no pudo verlo nacer y qué tuvo que ver Carlos Bilardo
La Brujita es el ídolo contemporáneo más importante de Estudiantes de La Plata y uno de los más grandes de todos los tiempos en el club. La historia detrás de la llegada al mundo del hoy presidente del Pincharrata.

Juan Sebastián Verón cuando reasumió como presidente de Estudiantes de La Plata.
Juan Sebastián Verón no nació durante un partido de Estudiantes de La Plata, pero estuvo cerca. La sexta fecha del Campeonato Metropolitano de 1975, nueve de cuyos 10 partidos se disputaron de manera simultánea -según costumbre vigente en la época- el domingo 9 de marzo de aquel año, tuvo una rareza: tres de los encuentros terminaron empatados tres a tres.
Ese fue el resultado entre Estudiantes y Gimnasia; el recién ascendido Temperley con Boca (se jugó en la vieja Doble Visera de Independiente, por cuestiones de capacidad y seguridad) y Racing ante Ferro Carril Oeste.
El cruce con más condimentos, como es lógico imaginar, fue el clásico platense, no solo por la antigua rivalidad entre los dos mayores clubes de la Ciudad de las Diagonales sino por una circunstancia especial: uno de los protagonistas jugó e hizo un gol horas después de haberse enterado del nacimiento de un hijo. Juan Ramón Verón -figura pincharrata de aquellos tiempos- y el bebé Juan Sebastián fueron los actores principales de una historia de la que se cumple medio siglo.
Juan Sebastián Verón, en el nombre del hijo
Aunque existen varias versiones del mismo episodio, hay que considerar como más fidedigna la que contó el propio Juan Ramón, La Bruja original, sobre la forma en que se enteró de la llegada a este mundo del actual presidente de Estudiantes de La Plata.
Así lo relató: “Estábamos concentrados en el Country de City Bell, a la espera del clásico, cuando me llamó Bilardo, que justo ese año había asumido como director técnico de Estudiantes. ‘Recién le avisaron del hospital a Roberto Marelli (médico del plantel) que nació tu pibe, andá a verlo’, me dijo Carlos. Fui, volví y a la tarde jugué. Salimos tres a tres. Yo metí uno de los goles y el Fantasma hizo los otros dos”.

El Fantasma era Miguel Ángel Benito, delantero de apariciones inesperadas que salió de Quilmes y fue compañero de Carlos Bianchi en la ofensiva de Vélez Sarsfield. El Lobo salvó un punto en la visita al antiguo estadio de 1 y 57 con dos goles de Carlos Alberto Della Savia -talentoso volante ofensivo, luego dirigente de Futbolistas Argentinos Agremiados- y uno del paraguayo Hugo René Echauri.
Carlos Bilardo, quien aún no había cumplido 37 años, recién estaba modelando su perfil de entrenador obsesivo, detallista, cuidadoso de los mínimos imprevistos. ¿Hubiera permitido luego que un jugador suyo se distrajera y dejase la concentración en las horas previas a un clásico?
Una larga relación de amistad con el Verón grande, forjada durante la década del 60, tal vez lo llevó a ser más contemplativo y autorizó que el desequilibrante wing izquierdo fuera a visitar a su mujer, Cecilia Portela, y al futuro crack.
Estudiantes de La Plata, Bilardo, Verón y el súper campeón
El Doctor y la Bruja fueron dos baluartes del equipo que construyó Osvaldo Juan Zubeldía y que le permitió a Estudiantes llegar a la gloria: campeón argentino por primera vez en el Metropolitano de 1967, campeón de América y del mundo ante Manchester United en 1968, dos veces más campeón de la Libertadores en los años siguientes.

El Flaco Poletti, un arquero moderno; Cacho Malbernat, aguerrido lateral por los dos costados; Raúl Madero, defensor elegante y más tarde responsable médico de las selecciones nacionales; Carlos Pachamé, incondicional asistente del Narigón en su etapa como DT; el Bocha Flores y Marcos Conigliaro, uno de los primeros puntas en presionar la salida de los defensores rivales, se destacaban en aquella formación cuestionada por su estilo futbolístico pero indiscutida en materia de logros locales e internacionales.
Juan Sebastián suele decir y valorar que Estudiantes “es una gran familia”. Aquel ya lejano 9 de marzo de 1975 se pudo comprobar que la frase tiene una sólida base de certeza.
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