La historia que une el debut de Antonio Rattín, uno de los grandes ídolos de Boca, con un vaticinio de Ángel Labruna
El Rata debutó en Boca un 9 de setiembre de 1956 y, con 19 años, rápidamente tuvo un cruce con el implacable goleador de River, que estaba en el ocaso de su carrera. El choque de dos leyendas.
El entusiasta novato metió duro en el primer cruce con la figura rival y le hizo recordar que ya estaba grande para esos trotes. El veterano tardó un rato en mirarlo de arriba a abajo, tan largo que era ese muchacho, y le dijo: “Tranquilo, pibe, vas a jugar muchos partidos como este”. Así como no solía fallar en las inmediaciones del arco adversario, Ángel Labruna tampoco le pifió en ese audaz pronóstico: el aludido, Antonio Rattín, fue una presencia permanente en los duelos entre Boca y River durante casi una década y media.
El Rata debutó en la Primera de Boca justo en un clásico y en la Bombonera, el domingo 9 de septiembre de 1956. Los Xeneizes venían a los tumbos en ese torneo y el director técnico (Mario Francisco Fortunato, uno de los más ganadores en la historia del club) arriesgó con tres pibes para recibir al Millonario. Además de ese volante central espigado y de mucho carácter, incluyó en la delantera al entrerriano Juan José Rodríguez, quien más tarde integraría el famoso Racing de José, y al formoseño Eduardo Raúl Senés.
Senés convirtió el segundo gol de la festejada victoria boquense. El primero había sido un cabezazo de Osvaldo Juan Zubeldía, el Huevo, luego multicampeón como entrenador de Estudiantes de La Plata. Para River descontó Santiago Julio Vernazza, definiendo desde cerca luego de que diera en el travesaño una acrobática chilena de Enrique Omar Sívori (el mismo que le dio su nombre a una de las tribunas del estadio Monumental).
Antonio Rattín, el pibe que se adueñó de la 5 de Boca
Tan convincente fue la actuación de Rattín aquella tarde que jugó las restantes 13 fechas del certamen como titular, pese a ser un chico de 19 años recién cumplidos. En los últimos encuentros de esa temporada compartió campo y responsabilidades de marca con Natalio Agustín Pescia, el Leoncito, de quien heredó los atributos de la garra y la pasión por defender los colores.
“Jugué con dos camisetas solamente en toda mi vida, la de Boca y la de Argentina”, dijo el Rata en una de sus últimas apariciones públicas, en 2019, antes de que la pandemia y los achaques de la edad lo alejaran de las reuniones masivas, donde siempre se le reconocía con justicia su inquebrantable lealtad por Boca.
Con la Selección fue dos veces mundialista, en Chile 62 e Inglaterra 66. Su polémica expulsión en Wembley, en el 0-1 frente a los locales por cuartos de final, dio vuelta al planeta y obligó incluso a una innovación reglamentaria: el uso de tarjetas para amonestar y echar a los futbolistas.
Las épicas batallas de Rattín contra River
Para alguien en la posición de Rattín significaba un desafío especial cada enfrentamiento con River. Los de la Banda siempre se caracterizaron por disponer de recursos muy calificados en las zonas de gestación y definición.
Y el Rata debía lidiar con eso. Le fue bastante bien, a juzgar por los números: su estadística en clásicos oficiales registra 12 victorias, 10 empates y cinco derrotas, apenas una como local en 1966. Completó los 90 minutos de esos 27 encuentros y, en época de dos puntos por triunfo, redondeó un destacado 63% de efectividad en el choque más esperado de nuestro fútbol.
Al margen de esa diferencia, hay que resaltar la trascendencia de algunos de esos partidos. De hecho, el 1-0 de 1962, la tarde del penal atajado por Antonio Roma al brasileño Delem; el 1-1 de 1964 y el 2-1 de 1965, con un gol sobre la hora de Beto Menéndez que provocó la violenta e inesperada reacción de su ex compañero Amadeo Carrizo, encaminaron a Boca rumbo a la consagración, en una década de sequía absoluta para River pese a la jerarquía de sus planteles.
El temprano vaticinio de Ángel Labruna fue un acierto. Rattín no solo jugó muchísimos partidos como aquel inaugural de 1956. También sacó resultados positivos en la mayoría y terminó cubierto de gloria en Boca, donde una estatua recordará para siempre que en el medio de la cancha se imponía su autoridad de caudillo.
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