El gliptodonte hallado en Merlo sacude las teorías mundiales sobre cómo se pobló América: quién es el vecino que lo descubrió
Los restos fosilizados del animal encontrado a metros del Dique Roggero tienen más de 21.000 años. Los investigadores del Conicet afirman que el hallazgo es de una rareza total y que cambia paradigmas establecidos.
El hallazgo de un gliptodonte cuya data supera los 21.000 años en el límite de Merlo y Moreno, en el oeste profundo del Conurbano, removió todas las teorías acerca de cómo se pobló América.
El hallazgo fue algo extraordinario, según las propias voces especializadas. Expertos del Conicet y el Museo de La Plata identificaron marcas de origen antrópico, es decir hechas por humanos, en el esqueleto de un gliptodonte hallado por un vecino a orillas del río Reconquista, cerca del Dique Roggero, en el límite entre ambos distritos. Esto significa que el animal habría sido «carneado» por humanos para alimentarse.
Y según el resultado de sus estudios, los restos datan de 21 mil años atrás, esto es unos 5 mil años antes de la etapa histórica en la que está aceptado que llegaron los primeros pobladores al continente americano. El hallazgo se configura como la primera evidencia de interacción temprana entre los primeros habitantes y la megafauna que habitó estas tierras. Las conclusiones del trabajo de los expertos se publicó en la revista especializada Plos One.
El descubrimiento fue fruto del trabajo interdisciplinario de expertos del CONICET; el Museo de La Plata; el Instituto Pasteur de París; la Municipalidad de Merlo, Buenos Aires; y la Fundación de Historia Natural Félix de Azara.
El gliptodonte «carneado» de Merlo
La conclusión de los expertos surge de una serie de detallados y exhaustivos estudios desde múltiples enfoques que se realizó sobre el esqueleto incompleto de un gliptodonte perteneciente al género Neoesclerocalyptus –pariente de las mulitas y peludos actuales y extinto hace 10 mil años– con partes articuladas, compuesto por las vértebras y el tubo caudal, o estuche de la cola.
El fósil fue hallado por Guillermo Jofré, autodidacta de la paleontología que tiene a su cargo el Repositorio Paleontológico Ramón Segura de Merlo, a quién le llamaron la atención las singulares características que presentaba: múltiples rayitas en los huesos y osteodermos –placas óseas– que no parecían ser aleatorias, como pueden ser las marcas del ataque de otro animal o la acción de roedores sobre los huesos fosilizados, sino que seguían patrones uniformes.
Gracias a la idoneidad que adquirió en diversos cursos dictados por los profesionales platenses, Jofré extrajo el tocón de tierra donde se encontraban los restos cuidando cada detalle para que no se pierda información valiosa y los anotició sobre su hallazgo.
“El paradigma de poblamiento dice que los seres humanos llegaron a América hace 16 mil años, pero ocurre que desde hace un tiempo empezaron a aparecer evidencias más antiguas en Brasil, Canadá, Estados Unidos y México, entre otros lugares. Hay toda una visión tradicional que dice que esas son anomalías, que no se sabe bien cómo se dieron, pero ya hay estudios muy serios publicados en revistas prestigiosas que ubican el ingreso entre 20 y 30 mil años atrás”, explica Miguel Delgado, investigador del CONICET en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata (FCNyM, UNLP) y autor de la publicación.
«Nuestro trabajo se enmarca en esa línea, y aporta otro granito de arena, en este caso para el Cono Sur«, apunta Mariano Del Papa, investigador de la FCNyM y también autor del paper presentado en Plos One .
Martín de los Reyes, investigador de la FCNyM y otro de los autores del trabajo, comentó que «lo primero que quisimos saber fue la antigüedad, porque cuando vimos la estratigrafía del lugar del hallazgo, es decir las capas de sedimento que se van acumulando, el fósil estaba muy abajo, lo que nos daba la pauta de que era algo muy viejo».
El equipo se valió de datos científicos que ya se contaban para el lugar, ya que debajo donde estaba el esqueleto ya se había encontrado un tipo de caracol que databa de 32.000 años atrás, y apenas por encima del cuerpo el fechado radiocarbónico –un método que se basa en la medición de la cantidad de carbono 14 que contiene un material– del sedimento marcaba 17 mil años. Por otro lado, mediante una técnica muy usada por paleontólogos y arqueólogos, se realizó la datación de la edad de los huesos.
En cuanto al origen de las marcas que presentaba el esqueleto, tanto en vértebras como en los osteodermos del tubo caudal, no eran aleatorias y seguían patrones de corte. «El patrón es de desposte, como los cortes que hace un carnicero, en lugares específicos como las inserciones musculares o los tendones. Ahí cortaron. Lo carnearon», explicó de los Reyes.
«El esqueleto estaba panza arriba y, si bien no sabemos el contexto, es decir si fue producto de la caza o del aprovechamiento oportunista, los patrones de las marcas sugieren un claro origen humano«, agregó.
El descubrimiento no sólo se convierte en una de las evidencias de presencia humana más antiguas de Sudamérica, sino que confirma además la interacción directa del ser humano con la megafauna, la cual decreció progresivamente hasta extinguirse finalmente casi diez milenios más tarde.
Y fundamentalmente abre notables interrogantes y cuestiona los modelos actuales de poblamiento del Cono Sur. «Pone en la agenda que hubo humanos en la región mucho antes de lo que se pensaba. Es una evidencia temprana, indirecta, de su primera etapa exploratoria. Era un contexto hostil, con un clima frío y seco y un ambiente dominado por la megafauna, con megaterios, gliptodontes y tigres dientes de sable, entre otros animales, por lo que la supervivencia pudo ser muy difícil. Al comienzo, exploraron el espacio, y luego vino el asentamiento efectivo. Por eso la rareza de este descubrimiento», concluyó Delgado.
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